Fabián Casas (Primera parte)
Por Violeta Serrano
El periodismo y la “guerrilla invisible”, su pasado de librero en Clásica y Moderna, sus comienzos como poeta, su relación con Fogwill, su experiencia de dar clases en Estados Unidos y las bombas de estruendo que suenan de fondo como un cuento de Saer.
Tú no vives de la literatura.
No, soy periodista.
¿Pero es una opción personal?, es decir, ¿prefieres no vivir de ella para que no influya en tu forma de escribir?
A ver, yo durante diez años escribí solamente poemas, fue lo primero que escribí. Y no me dio bola absolutamente nadie. Eso para mí fue genial porque me permitió trabajar y leer y estudiar los poemas, desarmarlos, ponerme abajo ¿viste? Como si fuera un mecánico. Entonces nunca tuve ese chip de escribir poesía pensando que eso se iba a poder vender. Vos pensá que Juan Gelman trabajó toda su vida. Y después, la verdad es que me gusta mucho el periodismo. Siempre me posibilitó ganarme la vida de una manera honrada (por ahora) y sin necesidad de tener que estar apresurado. Además yo soy más lector que escritor. Entonces yo trabajo con una gran morosidad. Hay por ejemplo un cuento que está en Los Lemmings y otros que tardé diez años en escribir. Pero imaginate que si vos estás dependiendo de sacar, sacar, sacar para ganarte la vida, no podés estar diez años con un cuento. A mí el periodismo me produjo esa tranquilidad. Entonces yo recién ahora estoy cobrando algún dinero de la literatura que son como excedentes para mí. La forma de ganarme la vida es a través del periodismo. Ni talleres ni conferencias, no doy nada, salvo casos excepcionales.
¿Porque no te gusta?
No, no me interesa. Salvo que tenga muchas ganas o que me pidan algo. Pero no, yo trabajo de periodista. Hasta que pueda hacerlo, lo voy a hacer. Después, si pasa algo como que te quedás sin laburo que es algo que puede pasar ahora con esta gran precariedad laboral, quizás ahí haga otra cosa pero puedo hacer cualquier cosa. No tengo problema.
¿Dónde trabajas ahora?
Soy el director de una revista que se llama ‘El Federal’. Una revista de información general. Hace diez años que estoy ahí. Ahora soy director, antes era jefe de redacción. Y antes trabajé en Diario Olé, en Clarín. Empecé a trabajar a los treinta años en Clásica y Moderna. Hasta los treinta no trabajé.
¿Cuál es tu opinión sobre la función del periodismo?
El periodismo es creador y manipulador de la realidad. Pero también puede tener una función realmente revolucionaria dando cuenta de cosas que la gente, si no, no tendría idea de que ocurren. Depende mucho en el periodismo quién maneje el tanque. Puede ser algo para quietar, para dormir, para anestesiar, o puede ser algo para inquietar, para poner en clave de pregunta. El periodismo lo que tiene es que siempre trata de responder. Es mejor, en vez de dar respuesta, crear incertidumbre para que así la gente opine, para que adquiera su propia inquietud. Hay un tipo de periodista que intenta hacer eso. En medios grandes, conservadores, hay periodistas que le hacen trampas a la Matrix. Entonces trafican información en medios de mucho tiraje, información que en realidad el medio no querría dar. Está bueno que los periodistas hagan eso. Es como una especie de “guerrilla invisible”.
¿Cómo era tu trabajo en Clásica y Moderna?
Trabajaba de seis a diez, de lunes a jueves, y los viernes Clásica no cerraba en toda la noche, pero la librería sí. Pero el viernes era el día que yo me quedaba hasta las cinco de la mañana. Fue una época re buena. Yo era muy joven. A ese trabajo yo llegué a través mi editor, José Luis Mangieri. Él era conocido de la gente que tenía la concesión de la librería. Fue mi primer trabajo más o menos estable. Entré ahí y me fue re bien. Laburé un año y pico.
Venían mis amigos, era un lugar muy lindo, la pasé muy bien. Leía muchos libros. Tenía una luz directa, que me ayudaba para la vista. Recuerdo haber leído ahí un libro gigante: la biografía de Jackson Pollock, que es así (hace un gesto con las manos). Leía todas las novedades que llegaban.
Y aparte vendía mucho, vendía bien, en términos de que conocía los libros, ¿viste? Hay librerías en que pasa eso, pero son difíciles de encontrar.
Fue una época muy feliz. Estuvo muy bien. Era la época en la que estaba por ahí también Sandro.
¿Puede ser que él le regalara a Clásica un piano? Porque lo leí en el libro de Carrión, Librerías, que presentó hace muy poco junto a Piglia allí también.
Sí. Él venía de noche, se quedaba charlando toda la noche con Alejandro (Monod, hoy dueño de CyM, junto con Natu Poblet) y conmigo. Muy buena onda. Venían muchos escritores además. Escritores que yo leía ahí en esa época. Venían a comprar libros y nos quedábamos charlando. Yo como librero, ¿no? Charlaba con ellos. ¡Además yo los había leído!
¿Los libros estaban más baratos en esa época?
No, eran caros, siempre son caros. El café entonces allí salía cinco dólares. Carísimo. No sé a cuánto estará ahora pero en ese momento me acuerdo que era como una cosa sideral: un café era un almuerzo. ¡Pero porque el lugar era muy lindo! La verdad que fue maravilloso. Hice muy buena relación con los dos Poblet. Con Paco, que era un tipo muy para dentro, no era muy expresivo, sin embargo conmigo tenía un vínculo muy bueno. Siempre la mejor con él. Y bueno, con Natu. A mí me hizo muy bien. Ya después no seguí como librero, seguí como periodista, pero el oficio de librero es genial.
¿Lo echas de menos?
Sí. O sea, siempre pienso que me gustaría tener una librería ¿viste? Porque es muy lindo cuando un librero que sabe, que te puede hacer leer, pasarte cosas, buscarte novedades, como Alejandro (Monod), que sabe de todo. La verdad que me gustó mucho. Fue una época muy feliz. Además yo entonces estaba haciendo una revista que se llamaba “18 whiskies” que era de poesía. Tenía a mis amigos allí a las 3 de la mañana. ¿Viste? En esa época que sos medio insomne. Entonces venían y nos quedábamos ahí. A esa hora ya se habían ido muchos. Yo comía con los mozos. Tenían unas vidas… se podía escribir una historia con cada una. Uno era un ex policía que a veces venía con un revólver y me lo mostraba. Recuerdo mucho a uno de los cocineros… ¡Txiqui!
¡Está todavía!
Yo siempre le pedía un sándwich que me gustaba a mí y él le puso el nombre de “el Gran Casas”. Yo le había pedido un par de gustos y Txiqui me lo armó y me dijo: “Éste es el Gran Casas; es solamente para vos”, me decía.
Pero no estaba a la venta.
No, no, sólo para mí. Yo me sentía muy acompañado con mis compañeros de trabajo. Todos los mozos eran gente de la provincia. Muchos trabajaban hasta muy tarde y esos tipos contaban historias de vida increíbles. Y aparte laburé con muy buena gente. Había uno que se llamaba Leopardi, que era un encargado que no está más. Sergio, el mozo, que es un genio y que se parece a Mickey Rourke, cuando Mickey Rourke era lindo. ¡Era muy buena gente! La verdad que me sentí muy bien, muy contento en Clásica y Moderna. Era un lugar al que me gustaba mucho llegar y estar ahí. Tiene como algo contenedor. No es un lugar hostil.
¿Y si tú pusieras una librería cómo la llamarías?
(Sorbe café y deja la taza chocar contra el platito blanco de porcelana).
Mirá, en un momento ese era un plan que teníamos con unos amigos y se iba a llamar “Dylan Thomas”. Queríamos hacer una librería-bar ¿viste?, que pudieras tomar (beber) y, jugando un poco con el Dylan Thomas, el escritor que, además, murió tomando whisky. Me gustaría en todo caso una librería que no fuera tautológica así que supongo que siempre le buscaría un nombre que no tuviera que ver con las librerías directamente. Por ejemplo, a Clásica y Moderna nosotros le decíamos “Clásica y Enferma” y teníamos además un libro, que había armado yo, que se llamaba “El Seor de los Anillos” porque uno de los mozos de ahí, que se llamaba Pollo, en vez de decir “señor” a los clientes decía “seor”. Y en ese libro, que lo debe de tener Alejandro tal vez, habíamos escrito todas las cosas que le pasaban a los mozos, lo que nos contaban, lo que nos decían. Cosas muy delirantes: era un libro que nos hacía reír mucho.
¿Y tienes algún mal recuerdo?
No tengo malos recuerdos de Clásica y Moderna, la verdad, te juro que no. Fue un momento en mi vida muy bueno.
¿Ya habías publicado cuando entraste?
No, no, creo que no. Es que ya no me acuerdo cuándo entré. Me parece que ahí publiqué. Puede ser que tuviera publicado mi primer libro de poemas, que eran quince. Tuca se llama. Y después, cuando me fui de Clásica debo de haber sacado El Salmón.
Y ese libro, Tuca, ¿lo publicaste a través de Gelman?
Sí, Gelman vio los poemas y se los llevó a José Luis Mangieri que era su editor. Mangieri después se convirtió como en mi papá, mi maestro, todo. Y él fue el que me consiguió el trabajo en Clásica y Moderna.
¿Y cómo te tomaste la reciente muerte de Gelman?
La verdad es que después no tenía mucho vínculo con Juan. Lo vi durante mucho tiempo cuando él venía al país. Yo le veía en lo de José Luis Mangieri porque yo pasaba mucho tiempo en su casa. Realmente yo tuve un vínculo fuerte con José Luis y no con Juan. En todo caso, me impactó positivamente esto que él dijo de que no creía en la inmortalidad, que él quería morir en su casa, sin enfrentar la enfermedad. Eso me parece un gesto de una gran valentía. Después nada más. Me parece que es un autor muy grande que tiene poemas muy buenos y poemas muy malos. Yo prefiero quedarme con los muy buenos porque me gusta hacer una reivindicación de lo que me gusta y hay una parte de Gelman, realmente, muy muy buena.
Hablando de lo que te gusta, me gustaría que me hablases un poco de la figura de Fogwill, para rescatarlo un poco del malditismo.
Mirá, yo era muy amigo de Fogwill ¿viste? Y me parece un gran cuentista, un escritor muy bueno, un tipo de una gran inteligencia y de una gran sensibilidad. Siempre se elogia más la inteligencia que la sensibilidad de Quique pero la sensibilidad es la que le hace ser un escritor muy bueno, para mí. Después era uno de esos amigos que te estresan. Muy buen amigo pero que vos lo podrías querer matar en dos minutos.
¿Por qué?
Porque era un tipo muy loco, un tipo muy intenso, que podía hacer cosas muy generosas y muy geniales. Yo tenía un afecto físico con él. Te puedo mostrar fotos que sacó mi mujer con él de vacaciones, en la playa, re lindas. Teníamos un vínculo muy fuerte físico. Yo lo abrazaba mucho. Pero Fogwill era un tipo muy complicado, muy neurótico. Estaba bastante obsesionado con las demás personas, con las intrigas literarias, que a mí me interesan poco. Entonces discutíamos, ¡y era un rompe bolas! Un tipo muy sacado. Los tipos de Mondongo me contaban que Fogwill entró al estudio de ellos y les dijo “Apaguen la computadora, apaguen esa música que no la quiero escuchar”. Los chicos no la apagaron y Fogwill les rompió la computadora de una patada. Entonces bueno, si vos tenés plata para comprarte diez computadoras eso te parece genial. A mí me llega a hacer eso y yo a Fogwill lo mataba hasta que me la pagara. Ese era el tema con él. Era una persona a la que yo le tenía mucho cariño pero también reconozco que era un tipo complicado.
(Afuera, un grupo de manifestantes corta Callao y Corrientes y lanzan bombas de estruendo. Casas mira por la ventana y dice: “Parece un cuento de Saer, esto”).
Me parece que está bueno dar cuenta de la persona real y no de la persona ideal. Y Fogwill era eso: una persona que tenía de todo. Yo lo extraño mucho. Extraño la voz del tipo, hablar con él, encontrarnos, quizá también extraño un poco pelearme, que era algo que nos pasaba cotidianamente. Pero le tenía mucho cariño.
¿Te iba a ver a Clásica?
Yo no lo conocí en Clásica, pero lo conocí ahí, en esa época. Él vivía en un edificio en Santa Fe, en un Apart Hotel, una de las múltiples casas que tuvo. Pero no, él no venía a verme a Clásica. A Clásica venía Gandolfo, Gelman, y después muchos escritores jóvenes, amigos míos, todos han publicado ya ahora. Estuvo bueno, fue una época muy feliz para mí.
¿Y cómo fue eso de rechazar a Anagrama como editorial?
(Se ríe)
No, lo que pasó ahí fue que Anagrama quería los libros que tiene mi editor independiente acá en Argentina, Santiago Arcos. Entonces no podía hacerlo. Si no hubiera tenido trabajo, probablemente sí lo hubiese aceptado. Pero es que eso implicaba sacárselos a mi editor. Serían dos libros, Los Lemmings y Ocio. Y bueno, no quería hacerlo, para que los mantenga el editor mío, que fue quien me ayudó cuando yo empezaba a escribir.
O sea, que fue una cuestión de lealtad.
Sí. Fue eso. ¡Pero no es que rechacé Anagrama! Sí conseguí que Alpha Decay, que es una editorial muy hermosa de España, me publicara allá. También que Mondadori me publicara allá los ensayos. Luego con editoriales independientes cubrí Perú, Bolivia…
¿Para un escritor es más importante el ritmo narrativo o poético o la capacidad de saber borrar?
Yo supongo que eso depende de cómo sea el sistema de escritura de cada uno. Hay personas que escriben de más y tienen que borrar. Luego hay personas como Saer que cuando vos te sientas a ver los cuadernos manuscritos de él te das cuenta de que no tenían casi correcciones, entonces evidentemente habría en ese tipo de escritor una construcción anterior con una gran habilidad para la frase y para ver toda la ciudad desde arriba, como un águila. Y hay otros escritores que no, que van descubriendo a medida que van escribiendo, entonces escriben de más y van borrando. Yo tiendo a hacer versiones en un cuaderno primero, de poemas, de ensayo, lo que sea, primero en cuaderno, a mano. Y después empiezo a hacer versiones. A veces he pasado veinte, treinta veces el mismo poema. Lo he escrito a lo largo del tiempo. Entonces voy viendo, corrigiendo, modificando.
Pero sí es verdad que oyes una música.
Sí, yo oigo como una musiquita. Es como una respiración que me dice qué va a ser después, prosa o verso, más largo o más corto. Y a partir de ahí, empiezo a trabajar. Igual yo no escribo porque tengo que escribir. En ese sentido no soy profesional. No tengo un horario para escribir. De hecho, escribo esporádicamente. Cuando tengo ganas escribo mucho tiempo y cuando no, no escribo nada, durante meses. Pero leo todos los días. Eso sí. Muchos libros diferentes, a distintas horas. No puedo estar sin leer.
¿A qué edad empezaste a escribir?
Tenía once años. Yo hice historietas durante mucho tiempo, con mis hermanos. Dibujaba y escribía. Mi primo, que vivía en mi casa, era profesor de Bellas Artes, mi papá era actor de teatro, o sea que era como todo un clima… había muchos libros en mi casa. Mi papá lee hasta el día de hoy, mucho. Literatura popular, de todo tipo. Entonces yo naturalmente leía: Borges, Cortázar, luego mi padre me regaló una colección de Bruguera que tenía de todo, cien autores diferentes. Desde Leopoldo Alas Clarín hasta William Borroughs. Antagónicos. El juguete rabioso y Por quién doblan las campanas. Una antología de Borges y Los Invictos, de Faulkner. Y yo fui leyendo uno por semana. Eso fue una gran formación.
¿Lees a cualquier hora o tienes un horario concreto?
Todo el tiempo, leo. Después empecé también a estudiar idiomas, de las literaturas que me interesaban. No sé hablar idiomas, pero leo varios, y traduzco, poesía.
¿No sabes hablar pero sí puedes traducir poesía?
Empecé a hablar ahí en Nueva York, en EEUU, ¿viste? En la Beca Fullbright, fui a Iowa, al programa de escritores y te obligaban a dar la clase en inglés. Bueno, yo hablaba inglés como podía y los alumnos lloraban de risa. No sé hablar inglés, sé leer: italiano, inglés, portugués.
¿Un buen escritor debe no acostumbrarse? ¿no caer en la comodidad de la mecánica propia de la escritura?
Mirá, la literatura es el lugar en el que todas las sentencias universales se ponen en duda. Por ejemplo, yo digo tal cosa e inmediatamente llega otro y te cuenta todo lo contrario. Teniendo en cuenta eso creo que es mejor que un escritor trabaje en contra de su habilidad. A mí me dan ganas de escribir de esa manera.
¿Algún escritor que sí trabaje a favor de su habilidad?
Sí, conozco, pero no me gusta decir eso.
¿Y alguno que no se acomode nunca?
¡Hay un montón! Faulkner, Beckett, Saer, Aira…
Y eso que Aira no corrige, dice.