El fantasma del escritor Witold Gombrowicz se agita en un evento teatral – televisivo lleno de famosos y delirio.
Agosto. Nochecita cálida de invierno. Cientos de personas arman una fila para entrar al Teatro del Globo. La hilera se extiende por más de una cuadra y, definitivamente, las 480 butacas se van a ocupar.
—Piedra, papel… BABUMNBJA– dice la nena del tapado verde.
La madre queda pagando, con su mano en forma de tijera. La mira. Jugá bien, le dice con las cejas. La nena se desarma de risa.
—Piedra, papel… CABOCHNIFGA— la nena hace un gesto extravagante. Carcajea y se deforma. Las partes del cuerpo le titilan como mosquitos. La madre le dice que así no juega más. “Piedra, papel… GUDUFGU”. El juego termina con un abrazo enérgico. La nena suelta unos mugidos quedos mientras se le calma el hipo.
Están esperando para entrar a #ContraLosEscritores, “un show con formato televisivo en el que más de 20 famosos -actores, músicos, periodistas, artistas, científicos y casi ningún escritor- van a jugar, leer y deformar al escritor polaco Witold Gombrowicz”. Un evento cultural extraño y carcajeante; como la nena de verde, y como Witold, ese fantasma insólito a quien vinimos a invocar.
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Witold Gombrowicz (Polonia, 1904- Francia, 1969) es uno de los escritores más importantes de la literatura universal del siglo XX. Gombrowicz vivió veinticuatro años en Buenos Aires. Gombrowicz es prácticamente desconocido en la Argentina.
Ferdydurke, Transatlántico, Bacacay, Pornografía y Cosmos son algunas de sus obras más conocidas; una producción que ha sido traducida a ocho idiomas y que le ha valido, entre otras cosas, una candidatura en vida al Premio Nobel de Literatura. Gombrowicz escribió novelas, obras de teatro, conferencias, ensayos y hasta un escandaloso diario íntimo sobre su vida sexual. Corrosivo, inclasificable y provocador, atacó el nacionalismo, las ideas canónicas de autoridad, de sexualidad y de identidad; ensayando una ruptura de las formas y una total apología de la inmadurez.
“Parece que se dice Gombrovich”, le explica una señora a otra. Una chica de anteojos le sonríe y asiente. Aún para los pocos argentinos que lo conocen, muchas veces Gombrowicz no es más que el personajete de sombrero y pipa, la anécdota irrisoria; el curioso outsider que apenas hablaba castellano.
Se abren las puertas del teatro. #ContraLosEscritores va a empezar. La entrada es gratis. Hay chicas con handies y auriculares. Se corre la cortina y finalmente se materializa, majestuosa, la sala; roja de telones.
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Los famosos que participarán son muy famosos, y no están en escena aún. El escenario está dividido en dos sectores, uno para cada equipo; con cuatro pupitres escolares de cada lado y dos mesitas altas en el centro para los conductores. La referencia colegial reenvía directamente a Ferdydurke, probablemente la novela más famosa de Gombrowicz, en la que un tipo de treinta años es arrastrado nuevamente a la escuela. Witold la tradujo al castellano con ayuda de un grupo de amigos y seguidores que le hicieron la segunda en el café Rex de la calle Corrientes. Ernesto Sabato participó alguna vez de esas veladas multiidiomáticas. Ferdydurke les quedó tan compleja como insólita: una distorsión del lenguaje que invita, directamente, a otra forma de leer.
La gente habla fuerte mientras se acomoda. Un audio sale de los parlantes: Tom Lupo lee a Gombrowicz. El texto dice cosas sobre Heidegger y también sobre encontrarse una monedita. En la platea hay un hombre con sobretodo, sombrero y pipa, a lo Witold; pero también con botines de fútbol. Una mujer se maquilla. Un tipo caza pokemones. Unas señoras aguardan impávidas. Los estudiantes de Letras leen el programa. Entre los auspiciantes están la Embajada de Polonia y el despacho de medias “El Calcetín”. Una familia acomoda una montaña de camperas.
De pronto, las luces bajan y un video comienza. Una voz cinematográfica advierte: “los escritores: una cofradía que no va a soltar a aquel escritor que los convierte en intelectuales. Por eso, un grupo de escritores se confabuló y complota contra Gombrowicz”. Hernán Casciari, Samanta Schweblin, Elsa Drucaroff y Juan Guinot, escritores los cuatro, actúan una suerte de minifilm de villanos. Drucaroff se cubre con un pasamontañas y planifica tajear las butacas del teatro. Guinot disimula frente a las preguntas de la prensa. Schweblin amenaza con no publicar en una editorial que edite a Witold. En el medio -flashes del inconsciente- las imágenes de Borges, Bioy y Silvina Ocampo snapchateados, con carita de perro y moñito, como en los flyers promocionales que circularon días antes del evento. El peligro justifica la acción: “por eso los organizadores del Congreso Gombrowicz decidimos crear este evento que hemos llamado… #ContraLosEscritores”. Golpe de efecto. Aplaudimos.
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“La asociación civil Grupo Heterónimos es el soporte de Congreso Gombrowicz, pero el Congreso es un grupo de gente aparte. Surgió como una bola de nieve. Arranqué yo solo, tiré a andar y de repente se armó una avalancha. Hoy el evento #ContraLosEscritores lo estamos organizando 25 personas”, contaba, unos días antes, Nicolás Hochman, productor ejecutivo del show y alma máter de aquel inicial Congreso, realizado en 2014 y devenido luego usina de propuestas. Marcos Urdapilleta, Diego Tomasi y Wanda Wygachiewicz son los productores generales. Urdapilleta agregaba: “en 2014 hubo un punto de inflexión, a partir de la promoción del Congreso en su costado más académico. Empezamos a armar actividades paralelas para darle visibilidad y financiarlo, y esas actividades pasaron a formar parte del proyecto”. Las propuestas eran extravagantes y divertidas como Witold. Un city tour por los lugares que Gombrowicz frecuentó en Buenos Aires -pensiones, bares, el Banco Polaco, la librería Fray Mocho, Retiro, la Costanera-. Un ciclo de teatro. Una muestra de ilustraciones. Una audiovideoteca. Una performance en Filosofía y Letras, potencial cuna de Witoldos y antiwitoldos. Y Gombrowicz en un minuto, un evento en el que distintas personalidades de la cultura leyeron fragmentos de textos del polaco, durante un minuto, sobre un escenario.
Ahora, el evento #ContraLosEscritores -el nombre parafrasea y hashtaggea a Contra los poetas, el título de una conferencia que Gombrowicz dio en 1947 frente a un público mayoritariamente escritor- no es otra cosa que una deforme manera de presentar El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina, un libro digital y gratuito con 37 artículos sobre Gombrowicz surgidos de un profundo trabajo de edición de las actas de aquel Congreso. Tomasi cuenta el inicio del proyecto: “después de tirar montones de ideas empezamos a pensar en hacer una segunda edición de Gombrowicz en un minuto, pero sin que los que leyeran tuvieran que ver directamente con la literatura. Ahí salió la idea de hacerlo con gente famosa… cómo eso derivó en formato televisivo es medio inexplicable”.
Termina el video. Un locutor anuncia a los anfitriones con bombos y platillos. Entran Patricio Barton y Maru Drozd, conductores y productores radiales. Drozd está en patas. Luce uno de los productos que los 120 activistas de la plataforma de financiamiento colectivo Panal de Ideas compraron, en el último mes, para bancar esta festichola grotesca. Las medias tienen un Witoldito dibujado y rezan: “Gombro o muerte”. La retórica combativa -del título del libro, de las medias- anuncia la contienda. Algo se agita.
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La cultura es muchas cosas, también campo de batalla. Hochman decía días antes: “con Gombrowicz sucede lo que con cualquier elemento intelectual. Hay una apropiación del campo que es como decir: si esto no tiene mucha difusión, me lo puedo apropiar. En ese sentido, lo que hacemos es absolutamente incómodo”.
Barton anuncia el ingreso de los equipos contrincantes. Esto está a punto de llenarse de famosos con vocación de ganapuntos. “¡Los ‘Juventones’ van a competir contra los ‘Inmaduros’!”, celebra Drozd, y después explica: “Gombrowicz decía que lo interesante de los jóvenes es que no están del todo moldeados por la cultura”. En la obra de Witold, la inmadurez es una idea recurrente y festejada; un horizonte libertario y soberano donde quedarse a salvo. En el prólogo a Ferdydurke, Witold nos dice, por ejemplo: “mientras fingís ser maduros, vivís, en realidad, en un mundo bien distinto. Si no lográis juntar de algún modo más estrecho esos dos mundos, la cultura será siempre para vosotros un instrumento de engaño”. Witold sabe.
Entran entonces los equipos, dispuestos a colaborar en la noble tarea aglutinante. Por los Juventones: Diego Frenkel -músico-, Enzo Maqueira -escritor-, José María Muscari –actor, director y autor teatral-, Eugenia Zicavo -socióloga, conductora de TV, columnista de radio-. Por los Inmaduros: Diego Golombek -doctor en biología, popstar mediático de la ciencia-, Dalia Gutmann -actriz, humorista-, Gonzalo Heredia -hipergalán televisivo- y Rep -gloria nacional del humor gráfico-. Gutmann se sienta en el pupitre, arma un avioncito de papel, lo lanza al aire y aúlla “¡quilombooo!”. Rep entra con un vino y se sirve una copita en el más absoluto silencio. El conductor le avisa a Maqueira que el gremio de los escritores le va a “sacar el carnet de pileta” por lo que está a punto de hacer. Frenkel mira para todos lados con ojos vivarachos. Muscari podría soltar una insolencia en cualquier instante. Gonzalo Heredia mira a la platea y pregunta: “¿a qué vinieron?”. La platea ríe. No sabe. Él tampoco.
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El primer juego va a empezar. Por turnos, los equipos verán una serie de videos en los que se relatarán anécdotas sobre Gombrowicz, y se les presentarán tres posibles finales. Deberán adivinar cuál fue el real. Minuto Gombrowicz en el aire: en el video, la actriz Paola Barrientos cuenta cómo una vez Witold se metió en una casa que encontró abierta. Quería ver si lograba picar algo -parece que, al comienzo de su estadía en Buenos Aires, Gombrowicz vivió en extrema pobreza. En Polonia era parte de una familia acomodada y llegó a Buenos Aires a bordo de un transatlántico bestial, con el encargo de escribir un articulito sobre el viaje; pero Alemania invadió Polonia, y la II Guerra Mundial estalló. Gombrowicz terminó quedándose hasta 1963-. En la casa aquella había flores. ¿Era un cumpleaños? ¿Un velorio? ¡Un velorio! ¡Correcto! Puntazo para los Inmaduros.
Victor Hugo Morales y Reynaldo Sietecase cuentan otros dos cachitos de historias en mini videos: nos enteramos ahora de que Gombrowicz conoció a Mario Santucho, y también de que el escritor Enrique Vilas-Matas decía que copiaba a Witold sin haberlo leído nunca. La platea se retuerce de gusto. Finalmente, el Puma Goity lee para la cámara un fragmento de Gombrowicz que refiere a la homosexualidad. Dice algo así como que los argentinos deberíamos dejar de hablar de sexo y empezar a tener más sexo. El Puma pregunta dónde escribió Gombrowicz ese texto. Muscari toma el micrófono y escupe: “disculpen lo que voy a decir, pero qué mejor para este equipo que tenerme a mí, que soy muy de chupar la pija de mi novio”. Risas que son casi llantos. Más avioncitos de papel. Zicavo se levanta y cruza el escenario para servirse del vino de Rep.
“La idea original era un cambalache: cuanto más famoso, mejor. Después nos dimos cuenta de que era contraproducente. Finalmente, el criterio fue que fuera gente pensante. Gonzalo Heredia es recontra lector. Diego Frenkel está por publicar un libro, fue al taller de Hebe Uhart por mucho tiempo. En sus canciones te das cuenta. Y, por otro lado, en algunos casos surgieron nombres y alguno tiraba ‘es un pelotudo’; entonces no”. Esto decía Nicolás Hochman antes del evento, explicando la mecánica de elección de famosos. La convocatoria a celebrities de la literatura local arrojó resultados particularmente curiosos: “el complot de los escritores para que Gombrowicz no sea leído en la Argentina es mentira, pero el video nos pareció una manera lúdica de introducir el evento. Pensamos en cuatro nombres. Uno dijo que sí y tres que no. De repente estaban todos ‘con mucho trabajo’. Ojo: Samanta Schweblin dijo que sí de una. Y encima es una genia actuando”.
Vivo o muerto, por rechazo o por apropiación sectaria, la relación de Gombrowicz con el círculo chico de las letras fue siempre tirante. Una vez, Witold cenó con Borges y parte del grupo Sur, encabezado por Victoria Ocampo; los más altos representantes del establishment cultural de aquel momento. “¿Cuáles eran las posibilidades de entendimiento entre aquella Argentina intelectual, estetizante y filosofante, y yo? A mí me encantaba la oscuridad de Retiro; a ellos, las luces de París”, dijo, después. Insolente, nervioso, genial; Gombrowicz construyó un modo soberano de escritura y de lectura. Antes de subirse al barco que lo devolvería a Europa, recomendó a sus amigos: “¡maten a Borges!”. Y se esfumó.
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—Esto es estrategia de guerra, bancátela– bardea Gonzalo Heredia a Diego Frenkel, justo después de cruzar el escenario para afanarle su linda copa de vino y reemplazarla con un vasito de plástico. Frenkel se ríe y le hace un gestito de degollación. Rep dibuja callado. Golombek sonríe al público con su cara rosada. Va a arrancar el segundo juego. Sobre el fondo del escenario se proyectarán fotos de objetos vinculados a Gombrowicz. Un participante de cada equipo pasará al frente, de espaldas a la imagen, y tendrá que averiguar qué muestra la foto haciéndole preguntas de respuesta sí/ no al público. Barton aclara: “si la respuesta es sí, el público tendrá que aplaudir tres veces. Si la respuesta es no, vamos a hacer este sonido: ‘ppppppppffff’”.
El clima es excelente. Un buque transatlántico, una pipa, un sombrero, un ajedrez van apareciendo en pantalla. Los “PFFFF” son contundentes, pero a veces se mezclan con risas y aplausitos sueltos; al fin y al cabo no es tan fácil resolver colectiva y dicotómicamente si un ajedrez es o no “algo para niños”, como pregunta Heredia. “Ayudémoslo, que es lindo”, ruega Dalia Gutmann, señalándolo; pero Barton anuncia: “¡perrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrdioooó!”.
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En la contratapa de una edición de Ferdydurke, Gombrowicz escribe: “lo que quería conseguir a toda costa era una mayor libertad de palabra en este campo de la cultura, donde el escritor malo no puede decir nada porque es malo, y el bueno tampoco puede decir algo porque es bueno”. La presentadora Maru Drozd presenta el verdadero / falso que enfrentará, en un tercer duelo, a Inmaduros y Juventones, y dice: “para este juego tampoco hay que saber de Gombrowicz. Sólo hay que saber vivir”. La platea respira una libertad pequeña y genial: la dejan jugar en paz.
Los equipos se confunden los turnos y responden cuando no les toca. “Me choreaste un punto”, le dice Gonzalo Heredia a Diego Frenkel, y Muscari acota que el tema acá es que “son todos putos”. Barton y Drozd acuden a la productora del evento que -en una especie de reencarnación literata del histórico escribano Prato Murphy de Feliz Domingo– reorganiza el tema y aclara que los Inmaduros van ganando.
Gombrowicz “se paseaba” con marineros en Retiro, verdadero. Ganó el Nobel, falso. Terminó la novela Ferdydurke con la frase “huyo con mi facha en las manos”, verdadero. Llevó un diario de las personas con las que se acostaba, verdadero. Descorchó champagne cuando derrotaron a Perón, verdadero. Tenía una fábrica de virgencitas de plástico, verdadero. Heredia no está más, parece que fue al baño. Dos hombres se agitan en la platea. Son los tipos de sobretodo, sombrero y pipa. Dos gombrowiczcitos que se insultan.
El público hace silencio. Una escena teatral está ocurriendo. Los tipos se pelean y uno suelta un desafío enardecido: “¡duelo de fachas!”. Suben al escenario rugiendo. Un tercer hombre aparece entre el público. Dice que es el árbitro. Lleva un silbato en el pecho y shortcitos de fútbol. Lee las reglas del duelo: un extracto de Ferdydurke en el que dos alumnos de la excéntrica escuela deciden dirimir sus diferencias a fuerza de intercambiar jetas. Los muchachos sueltan caras y formas, por turnos; largan expresiones cada vez más grandes y descabelladas, pero cuidando siempre una democrática alternancia. Uno de ellos sale triunfal.
Marcos Urdapilleta decía hace unos días: “en ese pasaje de Ferdydurke unos chicos se pelean por el simple hecho de que son dos bandos distintos. Y uno desde afuera ve que son lo mismo, y me parece que eso habla un poco de lo que pasa en la Argentina”. Pelearse, a veces, simplemente porque es lo que define. Pelearse, también, por instalar una forma (o una deformidad). La presentadora Maru Drozd aplaude a los actores, que salen, y explica en el micrófono que “duelo de fachas es duelo de culturas, de formas de ver las cosas”. El actor/ réferi se va diciendo que cuando nos angustiemos con la vida volvamos a Gombrowicz.
“La consigna no es ‘hay que leer de otras formas’, sino ‘leé como puedas’. No se patea tanto al modo de leer sino al modo en que se pone en contacto a la gente con la literatura. #ContraLosEscritores es a favor de los lectores, de que sean más y más entrenados”, reflexionaba Diego Tomasi antes de todo esto. Ahora parece viable. Tal vez sea posible leer así, con toda la cara; con todo el cuerpo delirando de inmadurez.
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#ContraLosEscritores empezó tarde, y el show tiene que terminar o la cosa se va a alargar. Dalia Gutmann avisa que vino con una amiga que se tiene que ir ya. La amiga sube un momentito al escenario y charlan un poco sobre la vuelta. Rep hace unos dibujos de Gombrowicz tomando mate. Muscari no está más. Gonzalo Heredia apura: “vamos chicos, vamos cerrando que yo ya debería estar en casa, descansado la cara”. Estallido de risas.
Los presentadores anuncian el juego final. Habrá un duelo de fachas entre Inmaduros y Juventones. Los equipos deberán elegir a un representante que faje al contrincante a puros golpes de expresión. Diego Golombek y el escritor Enzo Maqueira son los seleccionados. Maqueira es demasiado lindo y canchero. La posibilidad de que caiga en el ridículo suscita nerviosismo en el público.
Golombek abre muchísimo la boca. Aplausos. Maqueira saca la lengua, un poco tímido. Golombek se convierte en pájaro bestial. Aplausos. Maqueira se incomoda, busca rastrear algún impulso en él. Se saca la remera, se toca el pecho con los dedos. El público carcajea. El presentador pregunta al público quién es el ganador. La decisión es unánime: lo de Golombek ha sido descomunal. Pero Maqueira ha resistido con dignidad.
#ContraLosEscritores tiene un equipo ganador: los Inmaduros.
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La productora Wanda Wygachiewicz reflexionaba unos días antes si, después de todas estas propuestas, hay más gente leyendo a Gombrowicz o no: “yo ya no sé si mi entorno lo conoce porque ahora se lee más o porque yo hablo de eso todo el día… Lo que sí tomo como parámetro es que a través del Congreso se haya logrado la reedición de Ferdydurke y que en la Universidad ahora Gombrowicz esté dentro de los programas. Ahí hay un crecimiento”. Gombrowicz no alcanza todavía un reconocimiento masivo. Pero está en las librerías y se puede ir a buscar.
Empieza la salida del teatro. Los integrantes de Congreso Gombrowicz miran para todos lados con los ojos redondos. Ven incrédulos, felices, cómo el público sale a chorros. La gente sale contenta; con esas ganas de comer pizza y charlarse todo que sobrevienen a uno cuando ha sido testigo de algo impecable y encendido a la vez.
“No es que Gombrowicz fuera un tirapostas, pero el tipo hace 50 años escribía cosas que hoy son absolutamente vigentes. Arrancamos con él, pero es una excusa. Podríamos hacerlo con cualquier otro”, decía Hochman. “Si una persona va porque está Gonzalo Heredia y se vuelve a su casa con algún dato sobre Gombrowicz, o queriendo leer sobre él, o queriendo leer en general, ya estamos hechos”, piensa Tomasi.
Nos alejamos todos del teatro. La sensación es que a Gombrowicz nos lo llevamos prendado en el cuerpo. No tanto como unas palabras; sino como un sentimiento, como una forma de estar.
“Que #ContraLosEscritores sea independiente es una contingencia. Preferiría que tuviera un apoyo institucional y que pudiéramos cobrar. El punto es mostrar ‘mirá lo que estamos haciendo con un autor que no conoce nadie y sin un mango’. Imagínate si hubiera una política de largo plazo”, decía Hochman.
A Gombrowicz nos lo llevamos prendado en el cuerpo. Por eso es que sale a la calle al mismo tiempo que nosotros, en cuanto pisamos la vereda. Como un fantasma delirante, echa a rodar.
*Todas las fotos son de Esteban Miglio.