En Buenos Aires existe el Club del Súper 8. Es un grupo de cineastas que insiste en mantener vivo el espíritu aventurero de filmar en películas de 8 milímetros. En plena época moderna de la imagen: digital, limpia, rápida y fugaz, ellos filman con rollos costosos que tienen que hacer valer. Armados con sus cámaras con tracción a sangre, ensayan e imprimen sin efectos correctivos post edición. En la actualidad, casi todos disponemos de un teléfono con cámara. Podemos filmar a cualquier hora, en cualquier lugar y editar al instante en el mismo aparato. Pero los Quijotes y Quijotesas del Súper 8 adoran la estética y el sudor de su estilo y arremeten contra los Caballeros del bosque digital.
Melisa Aller (Buenos Aires, 1979) forma parte de este club. Es licenciada en Ciencias Políticas y estudió Cine. Filma hace más de quince años y en la mitad de su carrera empezó a gatillar su cámara Súper 8. Lleva producidos más de quince cortos, premiados en festivales nacionales e internacionales. Este año estrenó su primer largo, también filmado en esta modalidad.
“Los últimos seis o siete años filmé todo en este formato. Se ajusta mucho más al requerimiento mío de filmar sola, de salir con la cámara sola y hacer la película. En 16 milímetros es más compleja la carga de la película. Necesitás una bolsa negra, estar en un lugar tranquila, la carga es manual. Eso hace que no sea tan fácil de manipularla, por ejemplo, en la calle. En cambio en la Súper 8 cargás el cartucho de la película y ya está. Es mucho más inmediato”.
El Súper 8 nació a fines de los años sesenta y tuvo su apogeo en la década del setenta. Las clases acomodadas, que tenían acceso a estas cámaras y proyectores, las usaban para sus registros domésticos. En los ochenta, con la aparición de las cámaras de video, cayó en desuso. A finales de los noventa resurgió con fines artísticos. Como en sus comienzos, el Súper 8 sigue siendo utilizado por un grupo acotado que produce películas para ser vistas por pocos espectadores. Podría considerarse un formato elitista. Melisa Aller sostiene todo lo contrario.
“Mi postura en particular es que el Súper 8 es antisistema. Es ir contra la maquinaria de Hollywood. Es ir a lo más rudimentario que podés tener como imagen. Porque es una imagen degradada, granosa, cuesta verla. Es como decir, bueno, la convención hoy es filmar en 4 K, con la mejor fotografía. El Súper 8 es todo lo contrario. Es la falta de precisión. A veces la cámara es azarosa, se le filtra luz, te puede fallar el fotómetro de la cámara, la película se puede velar por una circunstancia de laboratorio. Tiene un montón de variantes que hace que sea un formato menos preciso y que de alguna manera patea el statu quo que hay de cómo se debe hacer cine. Así que, para mí, es antisistema. Si bien para otros es, no sé si elitista es la palabra, pero sí es más esta idea de conservar la materialidad de la película. O esta idea un poco más fetiche que algunos tienen con la cámara. Pero en mi postura ideológica es antisistema”.
La mayoría de las producciones en Súper 8 transmiten un mensaje poético o estético. Más allá de la postura de Aller en cuanto a la técnica, sus producciones tienen un marcado contenido social.
“No puedo concebir una película que no tenga detrás un mensaje, no sé si político, pero sí una mirada comprometida con lo social. Yo, a la hora de filmar, pienso en Santiago Álvarez, en Raimundo Gleyzer, no pienso en Godard. Cuando hago una película pienso en ellos. Pienso en que ellos son mis referentes. Si bien me gustan un montón de otros cineastas, como Jonas Mekas, que son de cine experimental, pienso siempre cuando hago una película en la mirada social que tiene que tener. Sin la mirada social, para mí, la película deja de tener un sentido que es el de cambiar un poco, no sé si el mundo, pero sí la posición que uno tiene en el mundo que, quizás con una película, la hacés mover. Puede ser una bocanada para alguien de ver otra cosa, de ver con otros ojos una temática. Me parece que es como poner una lupa sobre algo en lo que generalmente no se pone la lupa. Hoy el cine se traduce en entretenimiento, por lo general. Y para mí es más que entretenimiento, es generar una determinada conciencia política y social sobre las cosas”.
En sintonía con la embestida quijotesca del Súper 8, Melisa Aller eligió la temática trans para su primer largometraje: Las decisiones formales. A pesar de que en Argentina la Ley de Género (ley 26.743) fue promulgada en mayo de 2012, el tema sigue siendo incómodo en muchos sectores de nuestra sociedad. Aller eligió contar una historia de amor de una mujer trans. Y lo hizo sin caer en los estereotipos que suelen fijar los medios de comunicación. Este film está protagonizado por la actriz y compositora Alma Catira Sánchez. Su personaje, Kymbi, es una mujer atractiva que vende golosinas y sánguches en la calle o en los trenes. Vive con su amiga Mary (Eleonora Paoletti) que la acompaña en su búsqueda: Kimby quiere tener un trabajo formal y que su amor no correspondido (un hombre casado) formalice con ella.
“La temática la elegí porque la conocía, la venía trabajando. Tenía ganas de hacer una película sobre la temática en sí, pero no la quería abordar desde un punto de vista documental. Quería desarrollar una historia, donde la temática trans sea lo principal, pero con la excusa de contar una historia de amor también. Y que es en realidad, una historia de desamor que sufre la protagonista. Y es la forma de igualarla a Kimby con el resto de las personas. Todos sufrimos por amor, entonces el amor o el desamor nos hace a todos iguales. Y fue la forma de instalar la temática sin caer en la estigmatización o en los lugares comunes, donde siempre se pone a las chicas trans”.
Además del amor, Las decisiones formales aborda el problema que tienen las personas trans para insertarse en el mercado laboral.
“La Ley de identidad de género es un avance para toda la sociedad civil. Pero si la sociedad política no sigue acompañando la ley, puede quedar en la nada también. El DNI está buenísimo, pero si no hay una integración con lo laboral, que es esencial para la vida de cualquier ser humano, estamos como a mitad de camino todavía. Entonces, un poco Las decisiones formales tiene que ver con eso. La decisión formal de ir hacia adelante con una ley. Pero también hay un costado que todavía no se termina de resolver que tiene que ver con la inclusión. No hay que olvidar que la población trans es la población más vulnerada a nivel laboral. El ochenta por ciento de las chicas tienen que trabajar en la prostitución. Entonces, me parece que el mensaje es ir contra los prejuicios que sigue habiendo todavía en la sociedad. Somos una sociedad que todavía se pregunta: ‘¿pero se operó? ¿no se operó?’. Y yo me pregunto: ¿qué te importa si se operó o no se operó? Esa persona tiene su documento de identidad con el género que eligió. Es como que hay un montón de prejuicios culturales que van más allá de la ley. Me parece que es un combo con la parte política y la parte cultural de nuestra sociedad.”
Las decisiones formales podría haberse filmado en formato digital. Pero adaptarse no siempre es sumar. O al menos, no lo es para todos.
“La distribución de la película en Súper 8 es digital, hoy en día. Pero el hecho de que esté filmada en ese formato pone al espectador o al que lo ve, en una posición incómoda. Ver una película en Súper 8 implica un esfuerzo por parte del espectador. No hay una inmediatez como en el digital, que tenés una imagen que es súper plástica, súper masticada, súper tangible. El Súper 8 es como molesto. Tiene una cosa de suciedad que está buena, que a mí me gusta. Que hace que a veces te digan: bueno pero es blanco y negro, tiene un montón de granos la película. Cuesta verla. Y para mí poner al espectador en la situación de que le cueste ver es hacerle poner la lupa en un tema que yo quiero que mire. Es como reforzar el mensaje”.
Si los molinos de viento están ahí, el Súper 8 avanza hacia ellos. Estos cineastas crean sus aventuras y las imprimen a su gusto. Moldean las historias con su realidad estética, aunque solo sean vistas por algunos visitantes de su Ínsula Superaria. Los espectadores que los siguen ven sus films con los ojos bien abiertos.