Se me ocurre ahora que existe en Raymond Carver una idea del destino fortísima. Solo que es un destino siempre aciago y fatal. Sus cuentos funcionan casi todos de la misma manera. Presenta una situación y los personajes que la habitan. Después, pero muy temprano, anuncia lo que les va ocurrir o esperan que les ocurra: un evento decisivo, de catarsis, que está a punto de producirse dentro de sus vidas cotidianas. Esto se hace de forma tan clara y precisa que aceptamos el devenir de la historia con naturalidad. Según quiénes son los personajes presentados y cuál es su mundo solo puede ocurrir lo que está ocurriendo. Entonces se produce un quiebre imperceptible. La idea de destino fatal surge cuando la lógica de ese microcosmos lleva a que no se produzca el evento catártico que se había anunciado. Según avanza la escena la aceptas tal cual te es dada porque resulta evidente que su destino (que no se cumpla el evento propuesto) es inevitable. Una idea de la inevitabilidad de lo horrible que extiende su tradición desde Edipo por la rama de la literatura occidental, y desde Salomón y Azrael por la rama de la literatura oriental.
Lo que hace peculiar la literatura de Carver es su particular representación de ese destino en el mundo: la fatalidad se canaliza en sus textos a través del objeto como tótem. Las cosas aparecen en sus relatos cargadas de una connotación divina, como epicentro de la acción y los sentimientos. Este concepto de tótem, que puede resultar muy antiguo, como perteneciente a una religiosidad tribal, aparece en el autor de una manera muy moderna. El tótem funciona en una lógica contemporánea. Los objetos materiales son el símbolo de los sueños y a la vez de la perdición. Es el nuevo mundo del materialismo y el consumo. Es el fetiche por las cosas (como en Georges Perec). Así en la que es considerada la obra más representativa de Carver, la colección de relatos Catedral, es donde aparece esto de la manera más explícita. Desde el título. En cada relato se presenta el evento catártico antes comentado girando en torno a un artículo cotidiano o una reliquia vulgar. Un televisor, unas plumas, un frigorífico, unas vitaminas, una casa. Se traduce entonces la utopía existencial, que se quiere alcanzar o que va a cambiar el rumbo de sus vidas, en un sencillo objeto. Un artículo de consumo. Un tótem moderno.
Por último, toda esta fatalidad representada en lo material se inscribe en un escenario fuertemente cotidiano. El gran logro en este caso no es crear un universo propio, exclusivo de su invención, como podemos entenderlo en García Márquez o en Kipling, que no carece de mérito, pero que por lo demás cualquier saga fantástica o de ciencia ficción escrita con cierta calidad alcanza (Juego de Tronos, Harry Potter o Fundación). En la literatura realista, entendida en un sentido muy general, esto se traduce en la apropiación del mundo y la sociedad real del momento como el universo propio. La Comedia Humana de un tiempo y un lugar determinado. Raymond Carver atrapa la sociedad de las últimas décadas del siglo XX y la convierte en su universo. Y además en este fenómeno se produce un movimiento doble. Es decir, la forma en que Carver cristaliza ese mundo en sus relatos se convierte después en la forma en la que miramos desde el presente esa época y su sociedad. Por supuesto esto se limita a un criterio territorial.
No obstante son los grandes narradores de un pedazo de la historia, y siempre son pocos, ya que también el paso del tiempo va cercando el grupo de textos que permanecen como modo de transmisión válido para el futuro. También por ello los nombres marcados en la historia han ido variando según desde qué momento estemos hablando, aunque algunos parecen ya fijados por siempre. Hoy podríamos decir Homero, Virgilio, Boccaccio, Shakespeare, Lope de Vega, Jane Austen, Balzac, Tolstoi, Arlt, Faulkner… Carver. Seguro se puede hacer otra lista igual de válida cambiando todos los nombres. Pero es cierto que pocos autores atrapan como Carver la América del televisor y el frigorífico. La fuerza con que fotografía el EEUU de fin de siglo gana por aplastamiento y esto es porque cuenta la historia de los fracasados del Imperio. De los que desean el televisor y el frigorífico, pero no lo alcanzan.