Indudablemente somos seres sociales mediados por las palabras. Nacemos con una palabra que nos identifica, nos criamos con palabras que nos crean, nos educan, acusan, develan y/ o empaquetan. Bajo esta historia que nos antecede, la poesía como la expresión de la libertad nos brinda una puerta de escape, una ventana de emergencia, respira nuestra sensibilidad frente al mundo, contiene y libera nuestro legado, expresa nuestra identidad literaria y declara nuestra capacidad de felicidad.
El poemario La poética de la seda, de Ángela Pradelli, es un claro ejemplo de cómo la poesía asume una actitud de liberación. Sus 49 poemas, escritos a lo largo de más de diez años, respirados a su paso por diferentes países, organiza su mundo, el modo de vivirlo, expresa lo verdadero de su ser. Eagleton afirma que todo poema es una declaración moral porque nos conecta con valores humanos. Ángela Pradelli, en este sentido, busca posiblemente su mejor versión de la realidad a través de su propio itinerario y la observación de sí misma, retoma el antiguo tópico del viaje geográfico como camino de búsqueda interior para comprender el mundo legado, el tránsito por el dolor y la calma en los momentos felices.
En cada poema no es la rima ni los sonidos ni su disposición en el espacio la característica predominante, sino las imágenes narrativas que nos invitan a acceder a su mundo profundo. El libro ofrece la sensación de haber recorrido su interioridad, sus deseos latentes, los deseos cumplidos y por realizar, las palabras como búsqueda y respuesta, los espacios que construye el silencio, la presencia de la muerte que nos instala en el aquí y ahora.
Su poesía es un suave devenir de paisajes, ríos, plazas, torres, piedras, donde el viento y la brisa se llevan las palabras, y los sonidos intentan descifrar, traducir lenguajes extranjeros. A lo largo del poemario, la soledad parece estar mirándolo todo desde el fondo, la alegría surge de manera subrepticia y la felicidad en las fisuras de la superficie de las cosas.
Este viaje poético que emprende la autora es la búsqueda del camino hacia el propio ser, los poemas juegan, buscan, adivinan, encuentran las palabras para nombrar. Las ciudades y la naturaleza emergen como paisajes indisolubles del lenguaje, forman parte del rompecabezas que Pradelli construye en su búsqueda por la presencia de la realidad interior plasmada en los paisajes y en los intersticios del lenguaje.
Para Cristina Domenech, la poesía abre puertas y libera el alma porque el lenguaje poético permite romper con la lógica y crear otro sistema con nuevas reglas. De esta forma, el lenguaje de la poesía se vuelve un instrumento de liberación y, por lo tanto, una posibilidad de cambiar el mundo. Ángela Pradelli juega y experimenta con las palabras su propia transformación hacia la libertad. Comienza su recorrido con la visión del árbol que descubre su belleza, pero también que tapa el horizonte y la posibilidad de ver el cielo en todo su esplendor; sus raíces: el arraigo. Revisa su propio legado, compartiendo el alimento en cocinas calientes que rememoran el seno materno, la herencia del idioma y las palabras que traducen su diálogo interior.
El idioma es una manera de ver el mundo, de interpelarlo, de comprenderlo e, incluso, es una manera de amarlo, su tránsito por un mundo que “algunos iluminan con palabras”, emprende los pasos “como si camináramos / hacia la felicidad de la memoria / que nos espera a veces / del otro lado/ de las cosas”, afirma Pradelli.
En su escritura, Ángela nos desvela una identidad poética a través de la búsqueda de su lugar en el mundo y de sí misma. En los primeros poemas se delinea una “mujer a la deriva” en la asfixia “del aquí”, del otoño y sus pérdidas, y la esperanza de la abundancia del futuro. La pregunta y el cuerpo encuentran un nombre: “la verdad emerge y todo se vuelve liviano”, “contar, disolver las dudas, encontrar las respuestas, certezas”, sostiene la autora y propone: “narrar hasta ser nuestra historia”. Esta parece ser la clave para resolver su enigma.
La felicidad se hace presente en el disfrute subjetivo de la realidad, de la percepción de su legado y su identidad poética. En cada línea se destaca no lo que sucede sino cómo se interpreta: la posibilidad de encontrar la delicia y la alegría en los perfumes de las flores, de “recorrer tramo sótano a alturas” y el descanso, el fin de su ruta en el hallazgo de “la poética de la seda que nombra de una vez todas las cosas”, descubre Pradelli.
Las palabras que habitan a la autora construyen mediante los hilos invisibles de la realidad, la forma de transitar el mundo, el camino consciente hacia su parte más oscura, sus miedos y sufrimientos, hasta llegar a los momentos más iluminados permitidos gracias a la posibilidad del viaje, del vuelo de los excesos “donde la lengua se suelta”, según la autora, la posibilidad de que “el lenguaje quiebre su molde” y la palabra, finalmente, abandone “el territorio ajeno de los idiomas, se hace propia y por fin larga el poema”, afirma Pradelli.
Así, Ángela Pradelli toma conciencia de su propio lenguaje y encuentra la verdad cifrada en el propio cuerpo. Esta verdad, traducida en una poética de la seda que nombra todas las cosas de una vez, encuentra el fin de su viaje para retornar y tomar las riendas de su vida.