Agustina Bazterrica: “En mi obra intento explorar esa zona de no conocimiento: el cuerpo”
Me encontré con Agustina en diversas situaciones, todas atravesadas por la literatura. En todas esas oportunidades se mostró abierta al diálogo. En este caso, estamos en una biblioteca de Luis Guillón, barrio de la zona sur del Gran Buenos Aires. Acaba de dar una charla sobre Cadáver exquisito, novela ganadora del Premio Clarín 2017. Mientras conversamos, rodeados de libros, tazas de café vacías y bandejas con algunas galletitas, lanzo la primera pregunta.
Alguna vez te escuché contar que antes de dedicarte a la escritura habías empezado a estudiar canto. Sos egresada de la licenciatura de Artes de la UBA. ¿Sentís que haber transitado por otros territorios artísticos enriqueció tu manera de escribir?
Sin duda. Uno de mis primeros cuentos, impublicable, tiene que ver con una cantante de ópera que al final es una señora que canta en la ducha. Estudié canto un tiempo corto en el Conservatorio Nacional. Toda mi obra está atravesada por el arte, desde la narrativa visual a la que muchas veces recurro, hasta la textura plástica que busco lograr en ciertos textos. También la UBA me influyó en la temática porque algunos cuentos surgieron gracias a mis lecturas para la facultad. Tengo un cuento, “Arquitectura”, que pretende ser gótico, pero no en el sentido tradicional de uno de fantasmas, sino que la protagonista de ese texto es una iglesia gótica que tiene vida. El cuento “Sin lágrimas” se me ocurrió gracias a que estaba ayudando a una profesora con su tesis doctoral y leí muchísimo sobre los inicios de la Ciudad de Buenos Aires. En esa investigación me topé con Tartaz, un hombre de existencia real, un personaje que visitaba funerales de desconocidos para comer, porque en esa época se acompañaban los funerales con grandes banquetes, y murió de una indigestión en uno de ellos. No podía no escribir sobre Tartaz.
Hace tres años (2017) ganaste el Premio Clarín de Novela con Cadáver exquisito. ¿Qué cuestiones de tu cotidiano cambiaron a partir de haber recibido dicho reconocimiento?
Es bastante curioso porque cuando recibí el Premio Clarín Novela ya había tenido la experiencia de recibir 30 premios. Por eso, cuando salí ganadora, no imaginé que el Premio Clarín tendría esa enorme fuerza de difusión y comunicación con el gran público. Con respecto a mi cotidiano, lo que cambió es que desde que gané el premio me dedico a promocionar el libro, en términos no solo de responder entrevistas, ir a ferias, leer en ciclos, presentar libros de otros autores, sino también que comencé una tarea que llamo “voluntariado literario”. Es una iniciativa para promover la lectura y la escritura en las personas jóvenes. A partir de que profesores de literatura comenzaron a recomendar la lectura de Cadáver exquisito, yo me encargué de ir a hablar a escuelas, muchas de ellas lejos de donde vivo, como Coronel Suárez o Bolívar. Viajar toda una noche para tener un encuentro con alumnos y alumnas que leyeron mi libro me parece una manera de difundir algo que me apasiona y agradecer todo lo bueno que está pasando con Cadáver exquisito. De todas maneras, creo que los premios no son garantía de nada. Es por eso que sigo trabajando con igual o más compromiso que antes para tratar de escribir siempre lo mejor que pueda.
En distintos textos de tu autoría —pienso en Cadáver exquisito, pero también en cuentos como “Roberto” o “Anita”— me da la sensación de que el “cuerpo” tiene un lugar central. ¿Cómo lo pensás vos?
Tenés razón. En mi obra intento explorar esa zona de no conocimiento, ajena, esa existencia insalvable que es lo que nosotros entendemos por cuerpo. El cuerpo escapa a la obviedad de lo que vemos, en algún sentido su esencia y animalidad concretas siguen permaneciendo esquivas. En apariencia tangible, tan accesible a la descripción, el cuerpo es algo evanescente, pero también es algo cargado de identidad, algo colmado de la mirada de los otros, algo que se rompe, que parece que nos traiciona, que nos da placer, que nos acompaña sin descanso, es un lugar del que no podemos salir, un espacio de enfermedad y de resiliencia. En mi literatura los cuerpos son consumidos, violentados, adoctrinados, silenciados. Los cuerpos se transforman, se reprimen con mandatos, se vacían de sentido, se violan, destruyen. Creo que escribo sobre el cuerpo porque para mí sigue siendo una profunda incógnita, un territorio de extrañamiento.
¿Cómo es para vos, corporalmente —me refiero a cómo lo hacés, qué cosas sentís—, el hecho de ponerte a escribir?
Escribo, o pienso en escribir, todo el tiempo en todas partes. Estoy camino al supermercado y voy pensando en un cuento, en una historia. Aparecen ideas en los momentos menos oportunos. Pero, en general, cuando me siento a escribir escribo de tarde-noche. Básicamente soy nocturna y es el momento en el que tengo más energía. Me ayuda a la concentración escuchar música. Tengo una relación intuitiva con el texto que escribo y, en ese sentido, las sensaciones corporales juegan un rol importante. A veces puedo pasar semanas buscando la palabra justa y cuando la encuentro, siento un golpe en el pecho o una vibración en todo el cuerpo que me indica que sí, que es esa. Soy obsesiva y por eso puedo leer un millón de veces un texto para corregirlo. Eso implica estar muchas horas sentada, inmóvil, pero el placer es tan grande que no me afecta, que no siento las piernas entumecidas ni el cuello contracturado. Cuando escribo la energía fluye, porque es mi vocación, mi motor.
En noviembre de 2019 se realizó un reconocimiento en la Cámara de Diputados de la Nación a un conjunto de escritoras argentinas que fueron distinguidas con diversos premios a lo largo del ese año. ¿Creés que cambió el lugar que tienen las mujeres en la literatura contemporánea?
Algunas de mis escritoras favoritas son mujeres, pero jamás pensaría en ellas como “mujeres” sino como “personas que están entre mis escritores favoritos”. Creo que, si hoy la presencia de mujeres en la literatura de nuestro país es mayor a la de hace algunos años, no se debe a una moda ni a que las editoriales tienen que cumplir con determinado cupo femenino como consecuencia de la corrección política, sino a que, como en todos los demás ámbitos, esas mujeres pueden ejercer su vocación sin pedir permiso ni disculpas y, sobre todo, a que están escribiendo, como sus colegas varones, sin que eso le llame la atención a nadie, buenos libros. Me parece necesario que se les siga dando visibilidad a las mujeres talentosas que, como dice María Moreno, hacen literatura de irrupción, horadan el lenguaje. Ojalá algún día logremos vivir en una sociedad donde prime la equidad, donde las mujeres escritoras no seamos percibidas como una rareza ni la cuota de corrección política de nadie. Más allá de que es verdad que antes había menos mujeres escritoras —y menos mujeres astronautas, chefs, presidentas, empresarias, conductoras de autobuses—, seguir pensando cualquier universo creativo en términos de género no hace más que reproducir un punto de vista perimido que transforma un hecho evidente en un motivo de excepcionalidad, algo que causa sorpresa o admiración.
¿Cómo ves el desarrollo de la literatura argentina en la actualidad?
Con respecto a la literatura argentina actual, e independientemente de la inestabilidad económica que sufre nuestro país, el panorama es excelente. Gracias a los diversos ciclos y espacios literarios a los que asisto tengo un paisaje bastante actualizado y amplio de lo que se escribe hoy, y hay muchísimo talento en nuestro país y alrededores. Por ejemplo, en el ciclo de artes que coordino con Pamela Terlizzi Prina que se llama Siga al Conejo Blanco, cada invitado es una muestra de mi afirmación sobre la calidad de los nuevos autores.
En la Argentina somos grandes generadores de cultura, de proyectos, de eventos artísticos y literarios. Hay muchísima gente creativa y hay posibilidades de publicar porque se siguen creando nuevas editoriales independientes, muchas de ellas que trabajan a pulmón y en condiciones lejos de ser ideales, pero lo siguen haciendo con pasión. Los libros siguen circulando y, fundamentalmente, se siguen leyendo. Somos el país con más librerías del mundo y ese dato habla de lo importante que son para nosotros los libros y el arte en general.
*Las fotografías de Agustina Bazterrica son de Denise Giovanelli.