ILUSTRACIÓN: Huis Clos, de Jean-Paul Sartre. Por Patricia Gutiérrez.
[Fragmento]
ESCENA PRIMERA
GARCIN y el MOZO DEL PISO
GARCIN.—(Entra y mira a su alrededor.) Es aquí, ¿no?
MOZO.—Sí, aquí es.
GARCIN.—¿Una habitación así?
MOZO.—Sí, una habitación así.
GARCIN.—Bueno, a la larga…, a la larga probablemente se acostumbrará uno a los muebles.
MOZO.—Eso depende de las personas.
GARCIN.—¿Todas las habitaciones son por el estilo?
MOZO.—No, imagínese… Aquí nos vienen chinos, indios… ¿Qué quiere usted que hagan con un sillón Segundo Imperio?
GARCIN.—¿Y yo? ¿Qué quiere usted que haga yo? ¿Sabe quién era antes? En fin, no tiene importancia… Después de todo, siempre he vivido entre muebles que no me gustaban y en situaciones falsas; me gustaba horrores… Una situación falsa en un comedor Luis-Felipe, ¿qué le parece? ¿No le dice nada?
MOZO.—Tampoco está mal en un salón Segundo Imperio.
GARCIN.—¿Eh? Bueno, es igual… ¡Bien, bien, bien! (Mira a su alrededor.) Sin embargo, no me esperaba una cosa así… Seguro que usted sabe lo que se cuenta por allá.
MOZO.—¿De qué?
GARCIN.—De… (Con un gesto vago y amplio.) En fin, de todo esto.
MOZO.—¿Cómo ha podido creerse tales estupideces?
Personas que nunca pusieron los pies aquí… Porque claro está que si hubieran venido una vez, ya no…
GARCIN.—¡Claro! (Ríen. GARCIN vuelve a ponerse serio de pronto.) ¿Dónde están los palos?
MOZO.—¿Cómo?
GARCIN.—Las… Esas estacas en punta, los palos… Y las parrillas ardientes, los…, los embudos, los…
MOZO.—¿Tiene ganas de broma?
GARCIN.—(Mirándole.) ¿Eh? ¡Ah, ya! No, no tengo ningunas ganas de bromas, no… (Un silencio. Se pasea.) Ni espejos ni ventanas, naturalmente. Nada que sea frágil. (Con súbita violencia.) ¿Y por qué me han quitado el cepillo de dientes? A ver.
MOZO.—Ya está con eso… En seguida ha recuperado la dignidad humana. Tiene gracia.
GARCIN.—(Golpeando colérico el brazo del sillón.) Le ruego que evite esas familiaridades. No ignoro nada de mi situación, pero no estoy dispuesto a soportar que usted…
MOZO.—Un momento, un momento. Perdóneme. Pero, ¡qué quiere!, es que todos los clientes me hacen la misma pregunta. Primero me preguntan por los palos; y en ese momento le juro que no piensan para nada en su «toilette». Y en seguida, cuando se los ha tranquilizado, salen con el cepillo de dientes. Pero, por el amor de Dios, ¿no son capaces de reflexionar? Porque, en fin, yo puedo preguntarle: ¿para qué iba a limpiarse aquí los dientes?