Blanco es el color del luto en Asia. Blanco (Random House, 2025) es el título de la novela más inclasificable de Han Kang, última ganadora del Premio Nobel de Literatura. “Lo primero que hice la primavera en que decidí escribir sobre el blanco fue una lista:/ Manta de bebé/ Batita de recién nacido /Sal/ Nieve/ Hielo/ Luna/ Arroz/ Ola/ Magnolia blanca/ Pájaro blanco/ Risa blanca/Papel en blanco/Perro blanco/Canas/Mortaja”. Una palabra debajo de la otra. Como una lista mundana, pero también como una poesía, marcando desde la primera página que esta novela tendrá otro uso del espacio, del lenguaje.
Han recibe el Nobel en 2024 «por su intensa prosa poética que confronta los traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana.» En esta novela casi performática la vemos materializar el duelo por una hermana que murió a las dos horas de nacer. Una hermana mayor, la primogénita.
Al igual que en Actos Humanos (Random House, 2025), utiliza la operación de ficcionalizar lo real en el borde con lo fantástico. Espíritus que hablan, juego de narradores, dimensiones paralelas. Precisamente esto último se explora en la segunda y más amplia sección de la novela, Ella.
Los capítulos nos muestran a esa hermana adulta, como si hubiera sobrevivido, transitando por una ciudad, teniendo una existencia. En esa existencia, Han la lleva a conocer todo lo blanco.
Como si le prestara los ojos a esa hermana que no pudo vivir:
“Cuando miré a través de tus ojos, vi diferente. Cuando anduve con tu cuerpo, caminé diferente. Quise mostrarte cosas limpias. Antes que la crueldad, la tristeza, la desesperanza, la suciedad y el dolor, solo cosas limpias por encima de todo, y solo para ti.”
Esa que no estuvo, pero está como una ausencia, con el cuerpo prestado de la hermana, vive.
Y esa hermana se transfigura en la otra y escribe. Por eso hay narración pero la potencia poética realiza lo que dijo mejor Alejandra Pizarnik en un poema de Los pequeños cantos (1971):
“El centro/de un poema/es otro poema/el centro del centro/es la ausencia.”
En ese trabajo de la escritura, en ese trabajo del cuerpo en movimiento, de la palabra que manipula el material de lo perdido, se realiza el duelo. Y se salda la culpa de la sobreviviente:
“De modo que, si tú hubieras logrado sobrevivir, yo ahora no estaría viva./Que yo esté viva implica que tú no puedas vivir./Solo entre la oscuridad y la luz, solo en ese resquicio azulado, conseguimos mirarnos las caras tú y yo.”
Pero hay otra operación, que es la fragmentación y la fusión con lo poético. Si la prosa de Han sobresale por su lírica, aquí parecería que son poemas que se abrazan a una prosa mínima, dividida, que construirá un juego de mosaicos cuyo efecto final no puede detenerse en ninguno de los textos por separado.
Y al mismo tiempo, la posibilidad contraria: leer cada texto, o muchos de ellos, como los poemas en prosa de Baudelaire o de Rosario Bléfari.
La narrativa contemporánea viene realizando este gesto en los temas vinculados a lo silenciado y lo indecible. En estas cuestiones el lenguaje juega un papel central.
Desarticulaciones (Eterna Cadencia, 2010), de Sylvia Molloy, es también una novela breve que se vale de capítulos cortos para narrar la pérdida de la memoria de una amiga de la autora.
Una estructura similar vemos en ¿Por qué son tan lindos los caballos? (Rosa Iceberg, 2024), de Julieta Correa, donde la protagonista muestra flashes de la despedida de su madre.
María Negroni, en El corazón del daño (Random House, 2021), se vale de esta forma en una indagación sin concesiones sobre su vida: el eje es el duelo por su madre.
Aparecen fragmentos que van y vienen en el tiempo. Se narra una vida, la propia, pero también se explicita una forma de hacer literatura.
En Colección permanente (Random House, 2025) habla sobre esta elección:
“El fragmento es una elección musical./ Al desarrollo le opone el tono, la dicción, el timbre, algo así como una sonoridad pensativa, un canto de ideas-frases donde se forma la lengua misma y se la carga como un arma.”
La coincidencia se da en distintos planos: el yo de autoficción, la fragmentación del relato y la poética como eje vertebrador. Formas de metaforizar la pérdida precisamente a través de una configuración que huye de lo completo.
Se tensa el lenguaje: la omisión y la condensación aparecen como estrategias discursivas centrales.
Lo que se dice a veces es concreto, a veces es una reflexión o una imagen.
El conjunto tiene algo más para decir. Se crea un clima.
Quien entra transita en el lenguaje la encarnación de lo que no es: se hace presente lo ausente, se hace nítido lo que se va perdiendo, lo que se diluye.
El trabajo es sobre las palabras, y el efecto es la manifestación de la belleza de lo trágico.
Han es una escritora que encarna un extraño devenir. Su prosa es inconfundible, y a la vez ningún libro se parece a otro. Blanco se enlaza en una estética de época que se asienta en el lenguaje y su potencia para seguir nombrando, incluso lo que parece imposible. En este primer cuarto del siglo XXI, como señaló Tamara Kamenszain,
“Intimidad, experiencia, escrituras del yo, subjetivación, desubjetivación son todos conceptos con los que hoy se piensa y desde los que hoy se escribe narrativa.”
(Una intimidad inofensiva: los que escriben con lo que hay, Eterna Cadencia, 2016)
Vemos cómo se traza la línea de un horizonte estilístico nuevo. Aquí, lo íntimo y lo social, el duelo, el trauma, la pérdida, el lugar de lo ausente parecen haber encontrado una forma de expresión en una narrativa poética y fragmentaria.
Las antiguas coordenadas de los ejes lógicos y temporales explotan, como las estructuras del mismo mundo en que vivimos.

