
La actuación lo acompañó a Marcelo en su etapa adolescente, pero sentía que debía seguir una carrera; aunque no era hijo de inmigrantes de primera generación, necesitaba un título que lo validara. Comenzó estudiando Ciencias de la Comunicación en la UBA. Después de tres años de cursada, descubrió una materia vinculada al terreno audiovisual “mi pulsión era por ahí”. Lo motivaba el cine. En paralelo a la carrera de grado, empezó a estudiar cine en el Centro de Investigación y Experimentación de Video y Cine. Viajó, investigó y comenzó a realizar cortos. Ganó varios premios: con su primer corto Orquesta en el festival de La Habana (2008); La mía casa, mejor cortometraje del Festival 2010 del El fondo Metropolitano De Las Artes, recibió el premio Kodak en el Festival Internacional Independiente Buenos Aires. Su Lucito se presentó en la edición 2018 del BAFICI. Actualmente da clases en la UNA (Universidad Nacional de las Artes) en taller de tesis de grado. Se desempeña como productor de eventos culturales en diferentes espacios. Continúa con el desarrollo de proyectos cinematográficos de colegas al crear, junto con un compañero, la productora Rio Azul films.
Comenzaste tu carrera creando cortos ¿por alguna razón en particular?
El profesor de Taller de Expresión me dijo: hacé un documental observacional. Cuando los límites en los cuales trabajar son claros, es más sencillo. Observaba la casa de mis nonos, a la vuelta de la casa de mis padres, quieta en el tiempo. Encontré material de archivo, material en super 8, es el fílmico. (Se incorpora, busca en un cajón y muestra un rollo de fotos. Explica la diferencia de un proyector fílmico con otro digital). En el fílmico se revelaban estas fotitos muy chiquitas y se proyectan contra la pared. Si se quema un cuadro, se queda clavado, lo perdés. Estaban así en la casa de mi nono, en principio tiene el romanticismo de lo analógico. Un tiempo anterior que yo no había vivido. Lo hice como tesis de cierre, es un documental observacional: La mía casa. Y así, un día estaba contando algo de mi madre y de mis nonos en el BAFICI, y se presentó una señora y me dijo que ella veía la casa de su madre. Yo no tomaba dimensión, es lindo cuando cruzas capas que no te imaginás.

En los cortos fuiste guionista, productor y director. Director en la película Enero, ¿cuál es la diferencia en esos roles, en cuál te sentís más cómodo?
En la carrera lo que estudiás es para ser director integral. Te da un conocimiento “maestro de nada y aprendiz de todo”. Me dedico ahora a la producción, pero dirijo algunas cositas y siempre trato de aportar desde lo creativo. El primer corto fue Orquesta y ganó un premio. Se hizo con una cámara de la Segunda Guerra Mundial, funciona a cuerda. Filmar en fílmico también te pone un límite. Lucito, es el que grabé en Italia, en los pagos de donde eran mis nonos. Salió re melancólico el chabón. La verdad, no fui pensando que iba a filmar: fui con una cámara pocket y empecé a sentir que pasaba algo ahí.
Uno es honesto cuando cuenta cosas desde lo personal, desde la intimidad, algo propio, lo cual no significa autobiográfico sino desde lo emocional. Uno lo transmite. Desde la producción acompaño a gente que quiero; trato de hacer cosas que me gusten, hablo con los directores desde un lugar de respeto, entablando un diálogo. Intercambiamos ideas.
¿Cuáles son las posibilidades para poder realizar una película, o un audiovisual, un corto?
Uno pide apoyos a distintos fondos o subsidios más allá del INCAA, que atraviesa una situación trágica. El Fondo Nacional de las Artes se iba a cerrar, pero abrió; tiene poco para el cine, para otras artes tal vez sí. Pero hacer cine es muy caro y necesita subvención estatal o privada. Uno va consiguiendo un montón de fonditos y no cobrás tu tiempo. Está también el fondo Metropolitano, que es de la ciudad y, por ejemplo, cuando hice el documental en Perú titulado Amantes en el cielo nos subvencionó un fondo de Alemania; el proyecto les interesó. Trata sobre una relación entre dos cocineras trans que trabajan en un barco carguero en el Amazonas peruano. El tema atraviesa gente que vive esas realidades y estos fondos ayudan a países subdesarrollados. Este documental quedó preseleccionado para el festival IDFA, que es el festival más importante en el mundo de documentales. Presentás tus proyectos; hay fondos internacionales, suizos, alemanes… pero imagínate que competís con gente de todo el mundo.
¿A qué te referías con la situación trágica del INCAA?
Cerraron la canilla y ahora hay un goteo. Entonces hay concursos: es como los juegos del hambre. Hay 10 proyectos de guion que se van a elegir, u ópera prima. En vez de cerrarlo completamente, dejan esa posibilidad; ya no se quejan todos. Estamos prendidos fuego igual. A fin del año pasado se generó un grupo: Cine Argentino Unido. Me di cuenta de que es difícil unir al cine argentino, es un variopinto muy grande. Se realizan asambleas, cada uno queriendo contar lo que le pasa, sus angustias, sus problemas… La gente está preocupada por tener algo de guita pero no podés estar todo el tiempo en asamblea. Hemos ido con Sabri a la puerta del Congreso y te empiezan a golpear… es difícil de sostener.

Lo complejo es cuando te dicen que no hay plata para nada, pero se siente que se gasta en otras cosas. Es discrecional y hacen una competencia del tipo “la cultura le saca el dinero a los niños del Chaco”, y decís: “pero a los niños del Chaco no le está llegando esta plata”. Lograron su cometido; van batallando contra la generación de comunidades, van rompiendo con todos esos esquemas, de alguna forma lo van erosionando. El cine es solo un apéndice de un montón de otras cosas que están pasando.
¿Cómo se sigue con esta situación?
Hay que hacer cine para contar historias y para contar estas historias hacen faltan muchos recursos, a diferencia de otras artes que necesitan menos recursos económicos; hay artes más individuales. Te achicás, te reinventás. Me interesa pararme en el desafío para pensar de otras formas y trabajar con otros artistas y creadores.