Un cuerpo es siempre un cuerpo herido
Es inevitable asociar a Julia Ducournau con el maestro del cine conocido como Body horror genre: David Cronenberg, quien estrenó su última película el año pasado, ‘Crimes of the future’, con éxito de público y crítica. Un cine físico, podríamos llamarlo, cargado de sexo, violencia y máquinas. Un cine que no deja de ser norteamericano (aunque Cronenberg sea canadiense) y que está ideado y realizado, en su mayoría, por hombres: hombres grandes, con larga y recorrida trayectoria en el mainstream hollywoodense, con películas plagadas de estrellas conocidísimas.
‘Titane’ es lo mismo, pero diferente. Es una relectura de obsesiones que podríamos relacionar con el cine de Cronenberg, pero en clave feminista. Una película ganadora en Cannes en 2021 (la primera mujer en ganar en solitario la Palma de Oro de dicho Festival), con escasa visibilidad entre el público masivo y con fuertes críticas por su impacto visual.
La historia no es más que un derrotero conocido pero con variantes originales y personajes que escapan a los estereotipos. La protagonista es lo que Donna Haraway llamaría un Cyborg: “Un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción”. Una antiheroína que huye de la policía mientras espera un hijo, fruto de una relación sexual con un automóvil. Mezcla de máquina–cuerpo, búsqueda de identidad personal, el largometraje traza una narrativa cautivante y una estética incandescente que no gustará a todos los públicos. Las manos alzadas de descontento por la excesiva violencia de algunas escenas generaron cierta fama de controversia. Es que Titane irrumpe como la propia protagonista: una bailarina nocturna de pole dance, especie de serial killer (Tarantino presente) que adopta una identidad falsa para escapar de su destino.
Un cuerpo que encierra otros cuerpos
Hombres, automóviles, mujeres jóvenes bailando, hombres extasiados, luces y sexualidad. Es la imagen que abre el film.
En la segunda parte, la protagonista camuflada como otro hombre más, ya inmersa en el universo hiper-masculinizado de bomberos, realiza casi el mismo baile del comienzo, pero las reacciones de los hombres son totalmente opuestas: confusión y rechazo.
El baile y el cuerpo importan en el filme, no son sólo un adorno estético. Alexia (Agathe Rousselle) baila moviéndose entre los automóviles que tampoco son una máquina estática, sino que parecen acompañarla en sus movimientos. Hay una reciprocidad sexual en ese juego. Los cuerpos de mujeres son cuerpos filmados sin sexismo, sin planos destinados a una audiencia masculina: son cuerpos de mujeres reales que están presentes en un vestuario compartido, una rutina laboral, y el cuerpo también trabajando.
La infancia de Alexia, relatada al comienzo del filme, pone en contexto y marca su apego a las máquinas, al titanio. Un accidente automovilístico trae como consecuencia la implantación en el cráneo de una placa de acero que lleva hasta la actualidad. Al salir del hospital no hay señales de cariño a sus padres, pero sí besa el automóvil que la llevaría a casa.
Los primeros minutos de la película se enfocan en mostrar el presente de Alexia, su trabajo, sus relaciones, el primer asesinato que comete por el abuso de un seguidor, otros asesinatos injustificados, la persecución de la policía y su intento por desfigurar su rostro para masculinizarse y camuflarse en hombre fingiendo ser el hijo de un capitán bombero (Vincent Lidon)
No es tarea sencilla empatizar con la protagonista, no se mueve bajo una moral única y determinada, es un personaje complejo lleno de claroscuros, en completa soledad.
La exploración de la maternidad de Alexia es retratada como lo negativo, lo que rompe y hace extraño el propio cuerpo. No quiere ser ni sentirse madre de una criatura que tampoco parece ser del todo humana, no hay sangre en su cuerpo. No hay fluidos transparentes e inoloros, sino aceite de motor amarillo y negro, y grasoso, rastros de máquina. Su cuerpo le es completamente ajeno. La película presenta la sexualidad como un proceso que difícilmente es transparente, único y homogéneo. No hay caminos rectos, hay curvas estrechas y pronunciadas que aceleran y también ralentizan el tono, la voz del filme.
Es gracias al engaño que los dos protagonistas comienzan a encontrar en el otro a alguien que vale la pena amar. Vincent perdió a su hijo años atrás y aún lo extraña profundamente. Aunque sabe con certeza que Alexia no es su hijo, no le importa. Y en Vincent, Alexia al fin encuentra alguien que parece amarla por como es, que está dispuesto incluso a socorrerla durante sus peores momentos.
El personaje de Vicent simboliza una masculinidad tóxica y herida. Capitán de un cuerpo de bomberos que todas las noches se inyecta esteroides para mantener su cuerpo fornido y así ocultar el deterioro sufrido por el paso del tiempo. Hay sufrimiento, hay ocultamiento. Alexia y Vincent se parecen.
Adrien (Alexia ahora hombre, como el ansiado hijo encontrado) es introducido al mundo de Vincent y sus compañeros bomberos. Vincent intenta relacionarlo con los demás muchachos del servicio, quienes lo rechazan por su apariencia andrógina. Durante una fiesta donde los trabajadores comparten una cercanía íntima y graciosa, la feminidadde Alexia resurge espontánea y serena en una escena de baile memorable (posiblemente de los mejores minutos de la cinta).
La última confrontación entre Alexia y Vincent es dirigida de manera que es posible quebrar la fachada que ambos mantienen. Titane se aleja de toda convencionalidad para desafiar la manera en la que estos cuerpos interactúan entre sí, ya sea de su propia naturaleza o de la posibilidad de sentir compasión por sus propias circunstancias.
Sean fluidos que manchan la piel o medicamentos capaces de asesinar, los protagonistas de Titane huyen desesperados de los procesos naturales que suceden dentro de ellos. El cuerpo no es algo dado, inerte, algo incambiable, hay una mutación constante, hay artificialidad y horror.
Hay también vida.
En el épico final vuelven a resonar con fuerza las palabras de la directora en Cannes: “Gracias por dejar entrar a los monstruos”.