El presente expuesto por la pandemia da cuenta de un mundo agotado y gris. Agotado como experiencia vital solo propone automatismos y de un gris que limita las posibilidades imaginativas. Maquínico y monocromático, nuestro tiempo apela de manera recurrente a la idea de normalidad (vieja, actual y futura) y parece no tener lugar para las diferencias.
En este contexto el Monstruario de Zoe Hochbaum es como mínimo un desafío a la imaginación ante la mirada pobre que la precariedad actual impone. Es una invitación a ver el mundo en sus múltiples colores y en sus múltiples derivas. Es un libro vivo y multicolor.
Los contemporáneos monstruos presentados en este libro nos invitan a pensar la idea de normalidad ya no como lo normado sino más bien como diversidad o pluralidad y como posibilidad de enriquecernos en el encuentro. Es una oportunidad para reflexionar sobre la relación con las diferencias en una época que insiste en funcionar de un solo modo.
La escritora Mariana Enríquez prologa este libro muy bien encuadernado, de tapas duras y a todo color, y en referencia a los protagonistas afirma que “estos nuevos monstruos revelan cuánto cuesta llegar a ese mundo donde lo diferente ya no importe”.
La propia autora escribe en el libro que “la monstruosidad es eso que llamamos otredad, pero no lo es”. Elmo Braganza, Anfibio Rugoberto, Juan Manuel Bizón, Joan Faure Dumont, Kostas Pavlidis, Alfonso Cumaná, Anémona Jones, Elías Cremoso, Domingo Carlento, Natsume Himura, Osvaldo Paniagua y Porfirogéneto Res son los protagonistas de historias graciosas y a la vez tristes que podrían ser las nuestras, las historias de cualquier ciudadano común, “una fiesta melancólica de la imaginación”, dice Enríquez. Vidas contra el viento, hogares vacíos, humos urbanos, fluidos corporales, presencias borrosas, cuerpos tóxicos, sonrisas cansadas, entre otras, forman parte del abanico de pequeñas grandes ficciones que escarban en lo profundo de las vidas contemporáneas.
Monstruario se ofrece además como oportunidad para volver a mirar y re-pensar la infancia. No tanto como condición biológica o estadio psíquico y sí como un estado de experiencia y asombro frente a las infinitas posibilidades que tenemos por descubrir ante nosotros para reinventar nuevos ambientes o espacios de vida. Dos de sus personajes hacen foco en la infancia. Domingo Carlento, carnicero y poeta, nos propone en una poesía pensar la “Niñez perdida” y, en el mismo sentido, la globóloga Natsume Himura, que anima fiestas para niños, dedica haikus para la infancia. Solo una mirada de niñez puede dejarse sorprender, maravillar e interpelar por tanta alteridad representada en estas criaturas tan diferentes pero tan iguales a nosotros los comunes.
La escritura de Zoe Hochbaum es una escritura viva, su lenguaje expresa sensiblemente una mirada del mundo, no como teoría pero sí como percepción. Escribe siendo bailarina y quizás por ello su lenguaje tiene movimiento y sus personajes tanta vitalidad. Es actriz y entonces podemos inferir que su escritura es un efecto de su cuerpo inquieto e indócil y no de una demanda utilitaria.
Los vivos colores de sus páginas evidencian el esfuerzo por generar un espectro alrededor de sus monstruos y quitarles la imagen con que tradicionalmente se los presenta. Sus ilustraciones se componen de trazos errantes, difusos y hasta imprecisos pero cobran la fuerza necesaria para acompañar las historias, producir la imagen de cada protagonista y grabarlos en la retina por mucho tiempo.
Estamos ante un libro que nos pide lectura sensible y que, entre líneas, páginas, colores y trazos, nos empuja a pensar el presente y traspasar sus grises. En sus historias está la posibilidad de recuperar la imaginación que este tiempo encorseta. Sus asombrosos personajes nos interpelan desde las profundas diferencias. “En Monstruario las marcas fuera de la norma están a la vista, pero lo que importa es que son criaturas incomprendidas y bien intencionadas”, versa su contratapa.
Vale el ejercicio de ponerse en los ojos de un niño. Genaro, ese crápula de dos años, pero cualquier niño o niña, desde su desprejuiciada y conversadora infancia intentaría alimentar a Braganza, es más, sería feliz jugando con él. No dudaría un segundo en tomar fuerte de la mano a Rugoberto y llevarlo a su habitación, invitar a su bañera a Bizón o en intentar sacar las curitas para sanar las nanas de Cumaná. También sería un dichoso cómplice del sindicato de duendes y especialmente de la revoltosa ayudante de Dumont.
El mundo de los adultos está agotado, sobran indicios por donde se lo observe, en cambio desde la potencia de la infancia está todo por aprender y crear.
Monstruario es un llamado a mirar el mundo pero con ojos de infancia.