Desde las últimas elecciones en EEUU términos como “fake news” y “post-verdad” invadieron los noticieros, revistas y blogs. La victoria de Trump, seguida de la derrota de las alianzas progresistas en Brasil, evidenció la emergencia de pensar las herramientas tecnológicas y sus derivaciones lingüísticas desde las transformaciones sociales y culturales que promueven. En el ejercicio de cuestionamiento de la sociedad que se forma desde el hábitat en red, nos encontramos con los impactos de una nueva relación social promulgada por los vínculos establecidos desde perfiles en comunidades virtuales hasta una nueva camada de temas e intereses relacionados con este territorio. Mientras la publicidad y los medios de comunicación estimulan y exaltan la posibilidad “ilimitada” de conexión, los memes y gif se instalan como un nuevo alfabeto, dentro y fuera del universo digital.
En ese contexto, sea desde una mirada política o antropológica, algunos encuentros son inevitables. Franco “Bifo” Berardi es uno de ellos. Tras la publicación de muchos de sus libros en castellano y la reverberación de sus ideas acerca de las mutaciones producidas por la compleja relación entre los procesos sociales y los cambios tecnológicos en curso, este filósofo activista italiano, que bordea los 70 años, es una voz resonante desde 1968, donde fue figura protagónica del movimiento autonomista insurreccional. Participó de la fundación de la revista A\Traversa y de la mítica Radio Alice, una de las experiencias más emblemáticas de comunicación libre en la época. A fines de los ’70 fue arrestado en el marco de las persecuciones contra militantes de la autonomía obrera y se exilió en París, donde se acercó a Felix Guattari – pensador fundamental en su trayectoria – y Michel Foucault. Vivió también en Nueva York, donde se aproximó al movimiento cyberpunk y colaboró con la formación de la TV Orfeo, la primera televisión comunitaria de Italia. Traducido por pequeñas editoriales y blogs -nodos de auténtica colaboración al establecimiento de nuevos modelos sociales, descentralizados y autogestivos- es leído por hackers y psicoanalistas, comunicadores y filósofos, artistas y estudiantes.
Para acercarse al pensamiento “cartográfico” de Bifo es necesario ser consciente de su íntima relación con la filosofía de Deleuze y Guattari. Basado en el concepto “rizomático”, que derrumba la ontología del ser y instaura una lógica de conjunción que establece el devenir cómo única máxima posible en la existencia, define su filosofía como una cartografía viva y nunca totalizable de lo que está. Un mapa para lo que viene. Su último libro, Fenomenología del fin (Buenos Aires, Caja Negra, 2017) enmarca todo su concepto ya en el prólogo:
“Nada está llegando a su fin, en realidad; más bien está disolviendo en el aire y sobreviviendo en una forma diferente, bajo apariencias mutadas. Este libro trata sobre la interminabilidad, sobre la infinita extinción asistólica de todo: el proceso de devenir otro”.
El devenir, la sensibilidad, la imaginación y el deseo así como la lógica “recombinante” del capitalismo contemporáneo emergen entrelazados en una red que presenta un nuevo lenguaje para los nuevos tiempos que ya vivimos. A través de Bifo y sus conceptos, tales como “semiocapitalismo” y “modelización biosocial de la sensibilidad”, es posible comprender la dinámica del dominio financiero, tecnológico y psíquico a la cual estamos subordinados. “El dominio es desterritorializado y desmaterializado: se encuentra en la circulación de signos en la infoesfera, en automatismos técnicos inexorables que la violencia física no puede siquiera tocar”. Para Bifo, la clave de la mutación afectiva y psíquica de la sociedad actual se basa esencialmente en una producción y acumulación de signos excesiva y sobre-estimulada. El semiocapitalismo de Bifo es una era de “hiperexpresividad”, disparada sobre todo desde el mercado económico y los medios de comunicación masivos.
La aceleración continua de la tecnología es empujada por el capitalismo, que entiende todo aumento de productividad como aumento de beneficios. En ese sentido, el pensamiento de Bifo coincide con otros pensadores actuales como Byung-Chul Han, acerca de la relación directa entre la depresión y los suicidios y el neoliberalismo. Pero Bifo va más allá: establece una línea de quiebre. Algo ya cambió. Hay una mutación en la sensibilidad. Los “dispositivos tecnolingüísticos” produjeron una transformación en la forma cómo los cuerpos físicos se relacionan. Bifo sostiene que “la mutación digital está invirtiendo la manera en que percibimos nuestro entorno y también la manera en que lo proyectamos”. A medida que la comunicación entre seres humanos pasa cada vez menos por la conjunción de cuerpos y cada vez más por la conexión de máquinas, segmentos, fragmentos sintácticos y materia semántica, algo se transforma en la habilidad de percepción sensorial-sensitiva.
La atrofia de la sensibilidad implica una atrofia de la empatía, que es la capacidad de sentir-con, de sentir al otro como prolongación de mi existencia y de mi cuerpo. La base sensible de la solidaridad. ¿Qué monstruos habitan en esa insensibilización radical? ¿Cómo es posible volver a pensar, a crear y a luchar en condiciones de transformación radical de la percepción? ¿En qué tipo de ser humano nos estamos convirtiendo? Esas preguntas hacen eco en el mundo occidental, más aún cuando levantes fascistas emergen democráticamente.
¿Cuáles son las características que hacen posible este escenario de abstracciones? La virtualización financiera –dice Berardi– es el último paso en la transición hacia la forma del semiocapital.
“La abstracción digital suma una segunda capa a la abstracción capitalista. La transformación y la producción ya no acontecen en el campo de los cuerpos, de la manipulación material, sino en el de la pura interacción autorreferencial entre máquinas informáticas. La información toma el lugar de las cosas y el cuerpo queda eliminado del terreno de la comunicación. Luego, hay un tercer nivel de abstracción, que es el de la abstracción financiera. Las finanzas se han desvinculado de la necesidad de la producción. El proceso de valorización del capital, es decir, aquel que incrementa el dinero invertido, ya no pasa por la instancia de la producción del valor de uso o, incluso, por la producción física o semiótica de bienes”.
Al fin, no existe una “cosmovisión capitalista”. Consumo y virtualidad en una dimensión global, adaptable a todas las civilizaciones, desde la cristiana hasta la budista, de Oriente a Occidente, sólo funciona “a nivel de verdad-sin-significado”, o sea el abandono de cualquier acción reflexiva en detrimento al acceso a esos beneficios. La capacidad reflexiva se encuentra modelada:
“hoy en día, la tecnología digital se basa en la inserción de memes neurolingüísticos y dispositivos automáticos en la esfera de la cognición, en la psique social y en las formas de vida. Tanto metafórica como literalmente, podemos decir que el cerebro social está sufriendo un proceso de cableado, mediado por protocolos lingüísticos inmateriales y dispositivos electrónicos. En la medida en que los algoritmos se vuelven cruciales en la formación del cuerpo social, la construcción del poder social se desplaza del nivel político de la conciencia y la voluntad, al nivel técnico de los automatismos localizados en el proceso de generación de intercambio lingüístico y en la formación psíquica y orgánica de los cuerpos”.
La mutación antropológica de la sensibilidad, según Bifo, es irrefrenable. Resta mantener el “idioma de la resistencia humana” y “el de la profecía y la anticipación”. Y añade: “El problema presente es cómo podemos sobrevivir al ensombrecer. Y al mismo tiempo, cómo podemos transmitir el contenido de la posibilidad”.