- ¿Cuál es tu libro pendiente/postergado más vergonzoso?
No me da demasiada vergüenza postergar libros. Pienso que llegará su momento y que, si no llega nunca, será por algo.
- ¿Cuál es tu T.O.C. en la vida cotidiana? ¿y tú T.O.C. como escritora?
No sé si podría llamarse T.O.C. pero tengo problemas de insomnio desde que era pequeña. Y somatizo mucho y bien. Esos T.O.C son inseparables de mi escritura para la que, por otro lado, no soy especialmente maniática. No tengo templos ni ritos, y la vida cotidiana cada vez me permite tener menos rutinas.
- ¿Alguna vez robaste un libro? ¿Cuál, dónde y por qué?
No he robado nada en mi vida. No he tenido necesidad. Tampoco he robado para que me subiese la adrenalina. Cobarde o muy honesta, mi amigo el escritor Luisgé Martín me llama monja “cariñosamente”.
- ¿Cuál fue el último libro que no pudiste terminar de leer y por qué?
Leo hasta el final todos los libros que empiezo. Leo como me gustaría que me leyesen a mí: buscando un milagro hasta la última línea. Puede que esa actitud frente a la lectura sea deformación profesional, exceso de responsabilidad o, de nuevo, sentimiento de culpa.
- ¿Qué premio no estarías orgullosa de recibir?
Uno que no me mereciese. Por ejemplo, “mejor madre del año”. De todos modos, a mí los puros de corazón me dan mucho miedo y creo que la gente que rechaza premios lo hace porque es de muy buena familia, es decir, bastante rica.
- ¿Cuál fue la primera palabra que pronunciaste?
No tengo ni idea. Supongo que “mamá”. Tal vez, “agua”. A lo mejor “yo”.
- ¿Cuál es tu palabra preferida? ¿Y la más odiada?
El amor y el odio dependen del contexto. Una palabra puede ser magnífica o hedionda según las que palabras que la rodeen. Puede iluminar o emborronar el texto y, a la vez, lo real. No creo en los absolutos lingüísticos, aunque tampoco soy escéptica respecto a las posibilidades del lenguaje.
- ¿De qué título te hubiese gustado ser autora?
No me habría importado escribir El bello verano, Las novelas ejemplares, El amante, Las sonatas, Poeta en Nueva York, Trilce, Tlön, Uqbar y Urbis Tertius, Pedro Páramo, la poesía de Alejandra Pizarnik, El retrato de Dorian Gray, Cosecha roja, Extraños en un tren, Tenemos que hablar de Kevin, La piedad peligrosa, los cuentos de Edgar Allan Poe, Alias, Grace, Madame Bovary, Anna Karenina, Los hermanos Karamazov… Me habría encantado escribir Los hermanos Karamazov. Y El jugador.
- ¿Cuál es el libro que más has subrayado?
Seguramente algún ensayo de Adorno. Entender cada página era, para mí, algo maravilloso. Y esa resistencia que me imponía el lenguaje ha hecho que las ideas de Adorno sean indelebles para mí; también me llevaron al convencimiento de que de lo difícil hay que escribir difícil, y de lo feo, feo. También subrayé y aprendí mucho de la Historia social de la literatura y del arte de Arnold Hauser, y de Las reglas del arte de Pierre Bourdieu.
- ¿Recuerdas dónde y en qué época leíste ese libro?
Leí esos textos en casa de mis padres en mi época de estudiante universitaria. Estudié Filología, pero siempre que tenía la ocasión de elegir Filosofía como asignatura optativa no lo dudaba.
- ¿Qué frase recuerdas haber subrayado y que haya quedado grabada en tu cabeza?
Tengo una memoria muy mala para las citas, pero hay una de Vonnegut, incluida en la introducción de Madre Noche, que de algún modo funcionó como leitmotiv mientras estaba escribiendo La lección de anatomía, “Somos lo que aparentamos ser, así que debemos tener cuidado con lo que aparentamos”. La frase remite a Wilde y mis amigas más cultas me dicen que también al Eclesiastés. Pero yo llegué a ella gracias a Vonnegut. Qué le vamos a hacer.
*La fotografía de la escritora Marta Sanz es de María Teresa Slanzi.