¿Qué sucede cuando ese lugar que usamos para escapar del mundo existe realmente? La habitación es la primera novela del sueco Jonas Karlsson
Los que han tenido la fortuna, o no, de trabajar en una compañía con cientos de empleados, departamentos de área, jerarquías, y burocracia, siempre querrán esconderse en un lugar secreto como el del protagonista de La habitación (Salamandra, 2016), de Jonas Karlsson. Hablo de una de esas oficinas con todas las de la ley, con pasillos largos y escritorios seguidos como colmenas; algo así como la que aparece al principio en El apartamento (1960) de Billy Wilder. De hecho, un trabajador “normal” debería tenerla mentalmente para conservar la cordura. Es allí a donde se va a resolver temas personales pendientes después de decir sí a casi todo durante las reuniones, en donde no hay jefes que se pasen de la raya con comentarios, ni horas trabajadas solo por el dinero.
El protagonista de La habitación, Björn, está seguro de su eficiencia y no quiere que nada ni nadie perturbe su ascenso “hasta lo más alto”. En cuestión de días es capaz de probar que está por encima de cualquiera. Björn, que bien podría llamarse Benjamín, Martín, o Lautaro, existe en todas las oficinas del mundo, es alguien por el que uno puede llegar a sentir fastidio, admiración y preocupación todo en el mismo día. Él es el narrador de la novela, así que todas las lucen le apuntan. Su extrema seguridad saca unas cuantas risas durante la lectura. Y como la alfombra roja de la fama está puesta por él, a veces se le tuerce. Pero ¿por qué quiere ser el trabajador perfecto? No quiere, ya está seguro de serlo. ¿Entonces por qué necesita un lugar para escapar?
Para un trabajador “normal”, esa habitación puede ser el dibujo que se hace en la agenda durante una junta aburrida, la lista de la compra para la cena, el skyline que se ve a través de la ventana, o las notas que se toman sobre los demás porque uno nunca sabe quién puede volverse un personaje. Pero como Björn tiene la mente muy clara no necesita escapar de nada, solo darse un descansito de vez en cuando. Va a su habitación que existe físicamente dentro del edificio, está junto a los baños, cerca de la fotocopiadora y él entra cada vez que le hace falta. Se sabe “viril, apuesto, inteligente”, y entabla relaciones solo con personas que le sirvan como escalón para ser el jefe de todos esos ineptos que tiene por compañeros. Para llegar a su objetivo define una estrategia como quien va a la guerra, entre las que incluye: dividir la hora en 55 minutos de trabajo intenso y 5 de descanso, llegar media hora antes que todos y otras tácticas parecidas que, según él, lo hacen destacar. Porque, claro, es “tan importante ser como parecer”, por eso a veces da un paseo por la zona del café: las relaciones públicas, desafortunadamente, son indispensables.
Existen momentos en donde Björn se da cuenta que es un ser humano, casi que parece consciente de su soledad, casi que intuye que la ficción entra en su terreno. Pero se le pasa muy rápido, eso de dudar de uno mismo no sirve para nada, así que vuelve a entrar en la habitación. La verdad es que es un tipo divertidísimo al que vale la pena aguantar su superioridad. Cuando sus compañeros dudan de él y son incapaces de ver la habitación, él piensa: “¿Así se habrá sentido Copérnico en su día?”.