Esa máquina, que es el mundo, está obsesionada últimamente en enseñarnos solo sus ritmos fugaces, enceguecedores y lastimosos. Anegados, como estamos, de imágenes confusas y furiosas, que pasan rápidamente sin detenerse y nos dejan apenas sabores amargos, aceptamos a regañadientes y con un encogimiento de hombros la idea de que no parece haber modo de narrar de otra manera que no sea precipitadamente. El abismo está al alcance del camino y no tiene fondo: las
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