“El pasado sirve para armarse con fuerza. El futuro es la lucha en lo desconocido vislumbrado. Aprended a ver a lo lejos, a lo lejísimos.”
Razonamientos de un testarudo, Eric Satie.
Los fines de semana porteños son siempre una promesa de aventura y una carrera contra el tiempo. Las noches son cortas, las distancias largas y los eventos culturales saturan la agenda de recomendaciones, imperdibles y únicas o últimas funciones. Entre la vorágine de ciclos de lectura, presentaciones de toda índole, muestras de arte, obras de teatro y conciertos, resulta imposible no sentirse siempre en falta con algo o alguien pero también, sobre todo, muy agradecida con las posibilidades que el hermoso infierno de Buenos Aires depara.
Las propuestas son inabarcables y heterogéneas sin que pueda delimitarse un sistema de clasificación oportuno. Nadie perdería el tiempo en semejante esfuerzo tampoco. La iniciativa impera entre los que producen incasablemente contra todo contexto y circunstancia, y quienes acuden a los eventos como público, en primerísima instancia amigo, pero también, militante de la cultura y su emergencia. Sin importar cuán delirante parezca el desafío, los modos de producción se encuentran y el prodigio se materializa. El pasado diecinueve de agosto el barrio de San Telmo consteló, como cualquier sábado, muchas y variadas actividades. Fuimos testigos y partícipes de una sola: la segunda edición de la Feria El Melindre, “feria itinerante y remota” organizada por la Orquesta Espantapájaros y una gran troupe de aliados que fue presentada de este modo:
«El hipnótico cuentacuentos Marko Antonio Mosquera Tenorio, la herbolaria infalible Inés Morán, el arte de leer letras con Alejandra Barraza, la dibujante de nuestro pasado, Andrea Gigante, y el segundo número del fanzine En Otro Orden de Cosas.»
Alcanza esa enumeración para percibir la singular alquimia de energías que hay tras un proyecto de esta índole, donde el interés principal se cifra en la posibilidad de generar encuentro, abrir un paréntesis en el devenir de insensateces en el que malvivimos para ejercitar la acción poética en el más amplio de sus sentidos. Recordar que la existencia es otra cosa, o puede serlo.
Acción poética es, sin duda, sentarse a escuchar cómo una grafista desentraña los misterios de nuestra firma y nos invita a modificar su contundencia porque así, también así, aliviaremos la pesada carga del subconsciente. Acción poética es charlar con una herbolaria que desentraña nuestros miedos en una suerte de tarot floral donde todo se metaforiza. Hay flores, gotas, ungüentos… Lo más parecido a una pócima que pueda encontrarse en estos días.
Hay mucha magia en aire de la noche. La música de la Orquesta Espantapájaros, descrita por Nicolás Blum, su compositor, como “musiquita de feria”, es un viaje a la anacronía. Su sonido recrea una fantasía elaboradísima y pictórica de un microuniverso lúdico, circense, lunar, un mundo de criaturas todopoderosas que deambulan entre nosotros, simples mortales, desbaratando nuestros planes. Si Puck pasara por la puerta de Clásico Fernández y escuchara los acordes, se sabría en casa. Los temas son breves y su delicadeza se impone sobre los murmullos del público o las órdenes de pedido que van y vienen porque, por supuesto, no sólo de belleza sobreviven los lugares que nos albergan. Se brinda y come mientras las melodías se suceden invitándonos a cerrar los ojos para escuchar más y mejor.
¿Qué vemos mientras la música suena? El glockenspiel, la viola, el saxhorn o una trompeta, sonidos espectaculares interpretan melodías que nos atrevemos a definir como narrativas, una música que “habla sola”y en todos los idiomas. El acento argento, el francés y el griego se abrazan y desmiden mientras el concierto avanza.
Nicolás Blum identifica la poesía como una de sus constantes vitales y cualquiera de los shows de Orquesta Espantapájaros, cuyo nombre de guerra homenajea a Girondo, es una prueba de ello. Girondo, Cortázar o Bustriazo son algunos de los autores invocados. No se les cita con ampuloso respeto, son traídos al presente como pares, como traductores de verdades o emociones compartidas. La lectura de Blum habita los textos y el público asiente, ríe y marca el ritmo cuando la música retoma el impulso.
La noche es larga y mientras Andrea Gigante sigue tomando su registro ilustrado y Victoria Berdion Gabarain la captura para siempre en su forma fotográfica, Marko Antonio Mosquera Tenorio, narrador colombiano, convierte, abracadabra, a los dedos de sus manos en una multitud de personajes con los que despierta carcajadas. Y ahí nomás, antes o después, se presenta el segundo ejemplar de En Otro Orden de Cosas, proyecto editorial con la curaduría de los hermanos Cozzi, Juan Pablo y Verónica. Una publicación trimestral, inspirada en los antiguos mirioramas, que reúne a escritores y artistas plásticos en una selección exquisita que, a precio simbólico, se convierte en el recuerdo perfecto de una velada inolvidable.
Un «Nocturno a Satie» transmigra la figura del genio extravagante en una melodía que tiñe la sala de azul al filo de la medianoche. Con esos acordes y esa visión que tiene tanto de improbable y mucho de sueño, volvemos al mundanal ruido porteño donde los colectivos se demoran.
La aventura siempre está ahí, a la vuelta de la esquina, esperando que tengamos el valor de dar el primer paso, de ponerle el cuerpo al siguiente encuentro, al próximo evento que puede cambiarnos la vida para siempre o, al menos, lograr que nuestra semana reciba su ración de poesía imprescindible.
Orquesta Espantapájaros son: Agathe Cipres – trompeta y saxhorn / Sebastián Arévalo – piano / Constanza Fabiani – clarinete / Javier Francisco Fleitas – viola / Lucía Santilli – percusión / Nicolás Blum – guitarra, glockenspiel, acordeón, composición y arreglos.
*Fotografías: Victoria Berdion Gabarain