“Los mejores narradores son los deportivos de la radio, son genios al contar con vibración, emocionándote, algo que no estás viendo”
Santiago Roncagliolo
Por Jordi Corominas i Julián
A Santiago Roncagliolo no le gustaba jugar al fútbol. Odiaba la educación física por que “la educación física odia a los intelectuales”. Gracias al fútbol, dice, la ciudad se convierte en una especie de animal al acecho, que está tenso y de repente salta cuando llega un gol, ruge y se abalanza sobre ti. La Copa del Mundo de 1978 es el escenario ideal para que Félix Chacaltana, personaje de su reciente novela Pena Máxima, vuelva a las andadas.
¿Cómo ha resultado retomar el personaje de Félix Chacaltana?
Como volver a ver a un viejo amigo al que ya no quería ver. Me encantó el éxito de Abril rojo, pero luego eso genera una presión, sobre todo porque casi te exigen repetir novela, pero de eso quería seguir huyendo, no me apetecía en absoluto.
Pero Abril rojo ya es un recuerdo lejano, ¿por qué retomarlo?
Él me obligó. Quería evitarlo. Tenía la historia de Joaquín Calvo, ese hombre que nace en una guerra y muere en otra, en el fondo la misma guerra que sigue pasados los años y los kilómetros. Sin embargo la historia no me salía y Chacaltana se me apareció, me propuso retornar para sacarme las castañas del fuego y pese a que le dije que no quería ser su rehén llegamos a un acuerdo, pese a eso y su maldad de guiarme, porque en 1978, así lo afirmó, él estaba ahí.
Tú tenías tres años.
Y ni siquiera estaba allí, en ese momento estaba en México. Cuando entró Chacaltana todo se volvió muy fácil. Uno de los problemas era que yo no soy ni argentino ni español, pero con él se contaba desde Perú. La colaboración entre las dictaduras peruana y argentina es algo que mi familia, militante de izquierda, siempre recordó. Por otra parte la gesta trágica de Perú en Argentina 78 me daba otra vertiente para la novela, una posibilidad más en la trama.
Chacaltana te dio la voz; y el fútbol, la estructura.
Sólo podía hacerlo si entraba Perú. Ese mundial encarna el espíritu peruano en… Iba a decir en todos los mundiales, pero claro, tampoco hemos jugado tantos.
¿Estáis clasificados para el de este año?
¡No! El último fue el del naranjito, España 1982. En los setenta fue el gran momento del fútbol peruano, y acabó con el seis a cero contra Argentina. Empezamos siendo favoritos y terminó con esa goleada y los rumores sobre si la dictadura compró al equipo peruano.
El fútbol es algo que te sirve para estructurar la trama y la sobrevuela.
Sí, y luego le da mucho pulso. Los mejores narradores son los deportivos de la radio, son genios al contar con vibración, emocionándote, algo que no estás viendo. Además me iba maravillosamente el hecho que un partido de fútbol es fantástico para matar a alguien.
Los partidos de fútbol y el día de Navidad son los mejores días para matar a alguien.
Bah, el día de Navidad no, que me pongo triste. (Risas)
No he estado en Lima, pero se puede entender el callejeo del principio de la novela, el silencio y la persecución, ese punto tenso que generan.
Y la idea de que por el fútbol la ciudad se convierte en una especie de animal al acecho, que está tenso y de repente salta cuando llega un gol, ruge y se abalanza sobre ti. El escenario de la Copa del Mundo me resultaba espectacular y la progresión de Perú en el 78 marca el progreso emocional de Chacaltana, de la ilusión a la derrota.
Pese a que le da absolutamente igual el fútbol, no tiene ni idea.
Le da igual, pero tiene mucho que ver con Perú. Al fin y al cabo el gran tema de la novela es la pérdida de la inocencia, del país y de Chacaltana en lo político y lo vital, fíjate que también quiere perder la virginidad, lo cual es simbólico.
Sin duda, de hecho Chacaltana me recordó al protagonista de Óscar y las mujeres, porque ambos son personajes ingenuos que ven su mundo, no el exterior: tienen la visión tan interiorizada que son incapaces de escapar de la misma.
Me gustan los personajes perdedores. Nos despiertan simpatía y ternura. En este caso la ternura, al enfrentarse al horror, le da un contraste que genera matices a la novela. Creo que estoy obsesionado con personajes que tienen una construcción del mundo muy rígida que se derrumba: el mundo se les viene abajo y se aferran a su idea.
Quizá por eso la comparación con Óscar, que tiene un mundo muy marcado y, de repente, se le desbarata.
Yo soy un inmigrante siempre. Me fui a México cuando era niño, luego volví a Perú, luego fui a Madrid, me mudé a Barcelona y siempre pasa lo mismo, que se cae una concepción del mundo, tienes que volver a armar las partes y empezar de nuevo. Son momentos de giro, como la adolescencia o como cuando tienes hijos. Chacaltana también está así.
Además es un adolescente anacrónico, tiene valores que no son los de su tiempo.
Relativamente. Acaba de terminar la universidad, está en un momento de tiempo. Sí son los valores de su tiempo porque la revolución sexual llegó tarde a Perú.
Pero su novia Cecilia sí se ve liberada.
Lo tiene, pero no todo el mundo. La revolución sexual llegó a los pijos, pero el 99% era beato y puro.
Hasta en el lenguaje se nota un cierto anacronismo, habla como un acta funcionarial, como un robot.
Se siente seguro. Así como su madre es una beata, él ha encontrado un sistema de creencias, o por lo menos de papeles, donde sentirse seguro y lejos de las amenazas del mundo. Tiene una historia oscura del pasado con su padre y por eso se siente tan apegado a su madre. Así se protege, se parece un poco a la madre de Borges, una presencia sempiterna.
Lo que desencadena el desorden, la acción son los defectos de forma de los papeles y de la misma existencia.
Chacaltana es un tipo de detective que hace lo posible por no investigar nada. Lo único que quiere es poner sellos en sus expedientes y guardar los papeles, pero justo los crímenes de Estado tienen una particularidad: cuando tú ves y preguntas no hay nada, ni testigos ni cómplices porque el poder hace que todos se plieguen, pero siempre queda un rastro de papel, desde certificados de defunción sin cadáveres hasta funcionarios que no sellan papeles.
Por eso te digo, que él, al fin y al cabo, intuye. Es un analista del papel, porque tiene mente de archivo y, si ve que falta algo, encaja las piezas.
Claro, ahí es donde aprende a ver lo que tiene que ver.
Los demás no tienen esa mentalidad y por eso se sorprenden de su eficacia investigando.
Los demás no tienen una épica, son más corruptos y se han acostumbrado a que el mundo es ilógico, no ético, y tratan de sobrevivir. Chacaltana es un pequeño héroe. No sólo quiere sobrevivir, quiere hacerlo con orden.
Pensar que todo es ordenado es absurdo, pero él no lo sabe.
Pasa algo más grave, que es que él trabaja para el Estado, pero quien comete los crímenes es el Estado, por eso hay algo que no funciona en su estructura mental.
Créditos: eluniversal.com
Él no quiere aceptar que el Estado tiene cloacas.
No quiere, pero se ve obligado a verlas. Crece durante la novela por las situaciones y con veintidós años le llega la hora de ser hombre.
Hay un momento donde se va de casa y no sabe qué hacer.
No sabe adónde ir. Es como un niño pequeño y tiene un crecimiento complicado a partir del apego para con la madre. También tiene miedo de crecer, que es lo que pasa cuando termina la adolescencia, entiende que el mundo no es como nos dijeron. Lo intuye y su jefe quiere abrirle los ojos.
Es un hombre desengañado.
Pero está el fútbol. Hay mucha gente como el jefe. No está contento con nada. Su vida, su matrimonio y su trabajo son horribles, pero el domingo hay fútbol, y eso le salva. Por eso los seguidores de equipos perdedores son hinchas, sabemos que nos vamos a desengañar, pero eso nos da la ilusión del domingo.
Como el Atleti, que es un perdedor que gana, por eso motivó a tanta gente.
Me encantan los perdedores. Fíjate que los del Barça querían que ganaran los del Atleti por muchos motivos.
Y el perdedor siempre tiene más matices.
Nos inspira más ternura porque todos tenemos uno dentro, todos sabemos lo que es perder. Un ganador es alguien que ha sabido esconder sus fracasos, es raro que alguien gane en todo, incluso un triunfador tiene un perdedor dentro que no puede confesar. La sociedad nos exige contar lo bien que nos va.
Chacaltana no dice que le va bien.
Cree que sí, se ve como un nuevo fichaje, pero sólo es un pinche que está en el sotano. Cree que el Estado es digno y descubre sus lados oscuros.
El orden le obsesiona, hasta con Joaquín, el español, juega al ajedrez.
Yo no jugaba a futbol en el cole, odiaba educación física. La educación física odia a los intelectuales y nosotros odiamos a la educación física. Descubrí que los que estaban en un equipo escolar deportivo estaban exonerados, por lo que me metí en la selección de ajedrez y me libré para siempre. Los campeonatos de ajedrez eran una gran congregación de freakies.
El ajedrez implica seguir un orden y, en cambio, Joaquín es quien activa el gran desorden del tablero.
Y no sabe a qué tablero está jugando. Lleva la guerra clavada en la espalda. Nace en la Guerra Civil, se mueve cuarenta años y diez mil kilómetros y muere sin saber que está en la misma guerra, que la misma guerra continúa, porque de alguna manera las dictaduras latinoamericanas de los setenta son herederas de los fascismos europeos de los treinta. Chile tuvo mucha influencia alemana y Argentina tuvo un fuerte ascendente italiano. Perón había estado en Italia y no era fascista, pero mucha gente de su entorno sí.
Es nacional- populismo.
Y anticomunista que en los setenta toma el cono sur latinoamericano con los mismos discursos, símbolos, estética e ideología que sus predecesores europeos. De hecho la legión que bombardeó Gernika se llama Cóndor y la operación de secuestro internacional también. No es extraño que sea el buitre más grande del mundo, el símbolo. Joaquín es un peón que no entiende donde juega, mientras su padre es muy consciente del tablero.
Tampoco hay tantos personajes de la novela que entiendan bien en qué tablero juegan, quizá el Almirante sí…
Era muy difícil verlo en ese momento. Videla organiza su mundial para taparlo, y en ese momento todavía se creía que podía no haber torturas, que esto podía ser una campaña de los montoneros y los opositores de Videla. Al inaugurar el mundial Videla habla de derechos humanos y paz entre los pueblos a dos kilómetros de la ESMA, donde estaban torturando a la gente. Le preocupa que los que se han escapado a otros países hagan campaña contra el gobierno. Es entonces cuando pide permiso a Perú para entrar y llevárselos. Perú le responde que ya que está ahí para llevarse a los suyos también estaría bien que se llevará a peruanos, así todo el mundo tendría la fiesta en paz en ese sentido. Y en efecto secuestran a un grupo de peruanos para las elecciones, que coinciden cronológicamente con el mundial.
Hay esta doble conexión. Por cierto, me parecen fundamentales el televisor y la radio, la comunión de la tecnología.
Los argentinos pagaron un dineral para ver la tele en color, pero todas estaban en blanco y negro. Ahora vemos los partidos de ese mundial en color, pero todos lo vieron en blanco y negro.
La metáfora de querer vender algo en color y que todo fuera en blanco y negro.
Esa metáfora es increíble. Hablé con gente que había estado presa y la policía veía los partidos en la carceleta, siempre en blanco y negro.
¿Te has documentado mucho para atar todos los cabos?
Sí. Todo es real, como mucho he cambiado de sitio cosas para situarlas en escenarios que fueran lo más cercano posibles a los hechos de 1978. Sí hubo argentinos persiguiendo a argentinos por las calles de Lima, sí hubo peruanos llevados a Jujuy para quitarlos de en medio, sí hubo torturas a argentinos en instalaciones militares peruanas. También me importaban mucho los escenarios del centro de Lima, sus detalles. En la primera versión Chacaltana trabajaba como fiscal en el Ministerio Público. Tenía casi todo escrito y un viejo abogado me dijo que en 1978 no existía el Ministerio Público, los fiscales estaban en el palacio de Justicia, y en realidad fue bueno, porque es un escenario mucho más imponente.
Por una cuestión de mentalidad europea equiparaba el sótano de ese Palacio con el de Roma, por la inmensidad del espacio, como algo grande y sórdido.
En los sótanos de esos sitios están los archivos y las carceletas, la gente y los papeles que quieren ocultar.
Sitios inmundos, que en realidad ya explican que es lo que el Estado quiere del personaje, como una rata de archivo, ¿lo quiere él o el Estado?
Depende lo que consideres al Estado. Una vez el escritor sueco Jens Lapidus me contó que mis entrevistas serían imposibles en su país, porque en el fondo el malo es el Estado, para nosotros es esencialmente bueno aunque a veces algunos de sus miembros hagan cosas malas.
¿No crees que en España hacen faltan autores que se ciñan a esa concepción, que vean al Estado como algo cavernoso y subterráneo?
Los españoles se han puesto a dudar del Estado sólo en estos últimos años. Los Estados europeos son lo mejor que puedes tener en el Planeta, porque pese al retroceso, aún hay protección social e institucional, libertad para protestar…
Pero el Estado aquí también ha asesinado.
Perú, Argentina y Chile afrontan su pasado con mucha más tranquilidad que España.
Le cuesta mucho a la novela española tratar su Historia.
La Guerra Civil se ha tragado demasiado, como si desde entonces no hubiesen surgido problemas. Es lógico concentrarse en grandes hitos de derramamiento de sangre, momentos críticos. Hasta hace pocos años un español podía creer que desde entonces todo ha ido a mejor. Ahora piensa que todo se ha hundido, pero…
Se ha hundido, te lo aseguro.
Pero el sistema no es tan malo, en realidad todo consiste en moverse, hacer algo para no echar a perder lo que se tiene.