Guadalupe Nettel: «En México ya son más muertos que si juntas todas las dictaduras de América Latina»
Guadalupe Nettel (Segunda parte)
Por Fernando Pittaro
Habla bajito, como si no quisiera despertar a sus hijos. Pero ellos están lejos, a más de siete mil kilómetros de este hotel porteño. Igualmente, el tono nunca subirá, sólo para algunas risas. Y también se pondrá seria, sobre todo cuando hable de México, el país que ama, el país que le duele. Está leyendo tres libros a la vez, y después de un tiempo de no hacerlo, volvió a escribir en su diario personal, uno de los documentos clave en los que se basó Después del invierno, su último libro, ganador del Premio Herralde de Novela. Y citando al poeta César Vallejo, insistirá varias veces en que la felicidad no son más que migajas. “Nos corresponden esas migajas, comamos esas migajas. Disfruta al máximo lo que tienes ahora, mañana no se sabe”.
Después del invierno fue una historia que guardaste durante diez años. ¿Cómo fue convivir con esa historia tanto tiempo?
Fue más tolerable porque hubo periodos en los que podía dejar la historia. No es que la haya pasado mal mientras lo escribía todo el tiempo, pero hubo momentos en los que sí. Pero también me divertí mucho: el personaje de Claudio me hizo reír mucho. Y mientras tanto escribía otras cosas, por ejemplo El cuerpo en que nací, El matrimonio de los peces rojos, Pétalos. Pero no lo sentía como un peso. Era tranquilizador saber que había algo a lo cual regresar. Ahora, por ejemplo, estoy un poco desconcertada porque no tengo un proyecto. Ahora está la hoja en blanco.
En tu novela está muy detallada la ciudad de París, pero no tanto Nueva York y La Habana. ¿Esto obedece a que conocías mejor la primera ciudad?
París era casi como un engolosinamiento, una ciudad en la que viví mucho tiempo y a la que quise, y de alguna manera también odié. El taxista ese que me bajó porque tenía bolitas de lana en el abrigo es real: que apareciera en el libro es como una venganza. Pero es verdad, tienes toda la razón en tu apreciación. Conozco mucho más París que las otras dos ciudades.
Hay libros, como éste, que dan ganas de escribir. ¿Con qué autor te sucede lo mismo?
Con Emmanuele Carrère, con De Vidas ajenas. Creo que tiene que ver con gente que ha pasado por cosas parecidas a ti. Con Vila-Matas también me ha pasado, con el libro Suicidios ejemplares, que me encantó, y me influenció incluso. Con Marcos Giralt Torrente y Tiempo de vida también me pasó. También me está pasando ahora con el libro de Milena Busquets.
Dijiste alguna vez que por estos días México es lo más parecido al infierno. ¿Volverías a vivir fuera?
México está pasando por una situación horrible: ni siquiera nos podemos representar. Son 200.000 muertos y 23.000 desaparecidos. Estos son muchos más muertos que si juntas todas las dictaduras de América Latina. Un horror absoluto. Es algo que está creciendo, que no se detiene y levantarte y vivir en un país así te afecta de forma directa aunque no leas las noticias: lo sientes. Y es inadmisible. Y por otro lado es muy avergonzante como sociedad que nos esté pasando esto.
¿Creés que la sociedad está anestesiada?
Muy anestesiada. Pero es algo típico de las víctimas de violencia. Si tú vas a una familia donde hay violencia familiar, donde los hijos son golpeados por los padres, verás que se van dejando, lo justifican. Somos una sociedad sin espina dorsal, invertebrada, que no tiene esta integridad de la que hablaban los zapatistas.
¿Sos optimista respecto a que se pueda revertir?
No. Es muy difícil sacar a alguien que es víctima de la violencia, porque todos somos víctimas por el solo hecho de vivir allí, aunque no nos haya pasado directamente. Pero además yo tengo primos que viven en las peores ciudades. Tengo una prima que de repente me manda mensajes del tipo: “Hola, ¿qué haces?, yo estoy esperando que vuelvan mi marido y mi hijo que están atrapados en una balacera desde hace dos horas”.
¿Y qué pensás de esto como madre?
Mis hijos tienen 4 y 6 años. Yo sí me iría, pero no soy la única. Está el padre, que es argentino y vive desde hace 6 años en México y está mucho más adaptado que yo, así que él no se quiere ir de allí ni de casualidad. Él piensa que la Ciudad de México está protegida y que se vive bien y él quiere echar raíces en algún lugar. Pero yo digo, ¿justo aquí? Yo alguna vez le dije, “vámonos, ¿qué hacemos aquí?”. Por otro lado también pienso que es súper cobarde largarse. Pero tanto quedarse como marcharse es muy válido. Yo tengo una columna semanal en la que escribo acerca de estos temas, del tráfico de armas, donde sí encuentro un desahogo como ciudadana.
¿Te considerás una escritora mexicana, latinoamericana, o no te sentís cómoda con estas etiquetas?
Primero te diría que soy una escritora y me siento escritora del mundo, latinoamericana y también mexicana. No me siento parte de una tradición, creo que la tradición la tienes según tus lecturas, no según quiénes compartieron el mismo territorio que tú. Mi tradición serían los escritores fantásticos, Cortázar y sus ancestros, que son Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Théophile Gautier. También está Borges y sus ancestros.
¿Llevás diarios personales?
Hubo momentos en que sí, y eso se convirtió en literatura. Ahora estoy empezando a retomar. Para Después del invierno sí utilicé mucho mis diarios.
¿Ahora qué estás leyendo?
Estoy leyendo tres libros a la vez. Seguro que a ti también te pasa. Estoy leyendo un libro que me está encantando que se llama El tic-tac de la bomba, de un escritor gringo que se llama Nick Flynn. También estoy leyendo El sentido de un final, de Julien Barnes. Y empecé el de Milena Busquets.
En un momento un personaje tuyo dice: “Qué diablos esperaba yo que era la vida”.
Esa frase viene de un diario.
¿Qué le queda por hacer a Guadalupe Nettel?
Es raro, porque ya cuando pasas la línea de los cuarenta. Por ejemplo, cuando eres joven te quieres comer la vida y piensas que vas a hacer un montón de cosas, que vas a descubrir la clave de la felicidad, y después, no sabes cuándo, es muy sutil el cambio, es como la luz del día que de repente anochece, no sabes cómo pero ya es más de noche que de día, y te das cuenta de que en realidad no te queda tanto. En realidad esas relaciones que no tomaste tan en cuenta, te percatas de que sí fueron más serias, importantes y definitivas de lo que pensabas. Yo creo que eso también le pasa a los personajes de esta novela. Y a mí, definitivamente. Hay una sensación de que la vida va súper rápido: cuando pensabas que todavía tenías un futuro ilimitado, deja de serlo. Y luego, cuando empiezas a ver a tus contemporáneos que se enferman, adquieres la conciencia de que quizás no falte tanto, que no haya tanto por delante. Entonces lo que a mí me hace ilusión es ver crecer a mis hijos, desarrollarse, volverse adultos, seguir disfrutando de la gente que quiero, y de las amistades largas y profundas que he logrado construir. Hay otra frase importante en el libro que es de Vallejo, la tomé de su diario, que se llama La tentación del fracaso y que dice que estamos condenados a recibir sólo migajas de felicidad, que puede verse de una manera muy pesimista, pero yo creo que es optimista, porque por lo menos tenemos migajas. Nos corresponden esas migajas, comamos esas migajas. Disfruta al máximo lo que tienes ahora, mañana no se sabe.
¿Y en el plano de tu desarrollo profesional?
Mira, hace un rato me preguntaron si quería ganar el premio Nobel (ríe). ¡No lo rechazaría! Yo quería ser traducida a muchas lenguas y eso ya está ocurriendo y es muy satisfactorio. Me gustaría tener tantos lectores en esos idiomas como tengo en español. Últimamente he estado descubriendo las mieles del periodismo: eso de escribir una columna por semana me gusta. La forma en que Carrère utiliza la crónica y la convierte después en literatura a mí me gusta muchísimo. Me gustaría explorar por ahí un poco. Pero es muy raro porque he hablado con cronistas respecto a esto y a ellos no les gusta nada Carrère. A estos periodistas les parece casi facilón porque sienten que lo literario pierde con lo periodístico, cosa que a mí me parece absurdo pensar, me parece un autodesprecio. Recomiendo leer El adversario, que es un libro muy pequeño, y es un caso que Carrère siguió como periodista y se trata de un médico falso. Él lo fue a seguir a los tribunales y luego escribió ese libro, que se parece un poco a A sangre fría, de Capote. Sería uno de los autores que recomiendo.
Un personaje de Después del invierno cita a Adorno: “Los individuos comunes son deficientes y no vale la pena establecer ningún contacto con ellos si no es por conveniencia”. ¿Cómo te llevás con la soledad?
Yo me llevo bastante bien con la soledad, puedo pasar muchas horas sola y no la padezco. Creo que eso lo aprendí en Francia. Pero lo que no soporto, y me vuelve loca, es el abandono. Son dos cosas muy diferentes. Si nos ponemos de acuerdo y tú te vas y vuelves en tres horas o en diez días, no hay problema. Pero si me dices que te vas a la mierda y desapareces, a partir del minuto uno me siento como un perro.
¿Pero la soledad es una condición indispensable para crear?
A veces me veo obligada a dejar a los chicos en la escuela, instalarme en el café de enfrente, escribir ahí y luego irlos a buscar. Es la manera que tengo de aprovechar el tiempo al máximo. Porque si además tienes que ir al banco, hacer ejercicio, etcétera, ya estás perdido. Son pocos los espacios, pero desde que se redujeron los aprovecho mucho más.
Una de las citas iniciales del libro es de Bolaño y dice: “Follar es lo único que desean los que van a morir”. ¿Por qué decidiste poner esa frase?
(Risas.) Porque, como habla de la finitud, de la enfermedad, de la decrepitud, también quería hablar de ese impulso vital que tienen los personajes cuando saben que les va a pasar eso. Cuando Tom sabe que le queda muy poco tiempo, antes de irse al hospital, él se enamora, trata de vivir a fondo, incluso dentro del hospital, es muy vital. Es, como decimos en México, el segundo aire, vayamos por todo. Es lo mismo que le pasaba a Bolaño cuando escribió esa frase: es de un ensayo que se llama Literatura y enfermedad, en el que cuenta cómo saliendo de la consulta con el médico, que le decía que estaba muy mal, se encuentra con una enfermera y lo primero que piensa es en tirársela en algún lado. De ahí saqué esa frase.
¿Cuánto tiene de Guadalupe Cecilia, el personaje principal del libro?
Tiene mucho. Ella está inspirada también en mis libros de cuando llegué a París. Yo también viví frente al cementerio. Pero es como una Guadalupe de 27 años, ficcionalizada, todavía más exacerbada. Ella era más desordenada que yo.