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Franco Rivero: un poeta en las orillas

Franco Rivero construye una poesía en el filo del lenguaje, entre el español y el guaraní. Acude al paisaje para mirarse a sí mismo. Sus últimos libros Usted no viaja asegurado y Disminuya velocidad, recorren el tránsito de la infancia a la adultez, de Corrientes al Chaco, del Impenetrable al río Paraná y han sido reconocidos con el primer y el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes en los últimos años.

Es un día de sol, Franco camina por la playa como si fuera el dueño del lugar. Vive en Ituzaingó, a dos cuadras del río. En su poesía, el guaraní recupera el ritmo de un habla donde resuena el eco de una niñez con olor a tabaco, a leche recién ordeñada, y que lo conecta con lo más profundo de la cultura de su provincia. Aparece cuando se siente lejos, como en el poema Paraná róga[i], donde la única palabra guaraní es chemandu’aha[ii]: el que extraña.

Disminuya velocidad es un poemario en tránsito, que empecé escribiendo en el Impenetrable, con muchas ganas de estar acá. Pasé de reproducir sonido de río en Youtube, cerrar el departamento y dejar las luces apagadas para sentirlo; a tratar de llevarme todo lo que es este lugar. El guaraní irrumpe en los momentos en que yo sentí en guaraní. Por lo general son palabras sueltas, como se habla acá.  Por ejemplo en el poema en el que los aguaciles anuncian que va a llover, cuando dice okukúiva  ñahati/ oky mboyve[iii]; el sonido de la palabra suena como si empezara a llover, tiene esa estridencia. Necesitaba un ritmo, y solamente tenía esas palabras”.15

En ese regreso, Franco se reterritorializa a sí mismo, encuentra un nuevo modo de ubicarse. “Todo el folklore en torno de lo que es el correntino, es algo que siempre fue a contramano conmigo. A Corrientes y al chamamé le va bien ese paisaje;  así como le va bien el gaucho, la china, el mencho[iv]. Esa relación con la que yo siempre estuve enfrentado y de la que estuve excluido.  El paisaje que yo conozco o como yo lo percibo nunca fue el del chamamé. Curiosamente, hay en mi obra una descripción del paisaje, pero yo entré por otro lado: entré por mi putez. Mi relación no solamente fue erótica, sino que fue totalmente homosexual y erotizada a ese nivel”. Yo me caliento con el campo/ sobre todo de noche// hay hoy / un perfume nuevo/ sos vos/ rohetu[v]// pero no soy una campesina joven/ virgen/ sino el pombéro[vi] que desea otro pombéro.

En “Petỹ[vii], las hojas del tabaco son la puerta de entrada a la infancia, a las tradiciones guaraníes de su familia, al crecimiento de ese niño que, una vez adulto, propone un código propio para el amor. “Es un poema donde la ternura maneja todo a partir de la textura de la hoja del tabaco, juego con que el olor del tabaco convierta a la abuela en una planta, y lo termino ligando al final y ya como último verso, con las manos de un mencho de acá. Es un poema largo. Cuando lo leí por primera vez en Corrientes, todos estaban tocados por la ternura. El poema cierra diciendo: manos morochas// con venas como caminos/ cuando ame/ él las tendrá así. Entonces escuché un sapucay[viii], y fue redondísimo, porque el sapucay es la reacción cuando no te queda otra, es como un festejo. Meter paisaje, meter mi putez, fue ubicarme en el lugar, en el chamamé y en el folklore como yo quería ubicarme”.

Algo se recupera y algo se pierde, por propia voluntad. “En guaraní, el contacto de un cuerpo con otro queda registrado en el nombre. A mí me fascinaba dejar de ser Franco y ser “Porfirio-í” (hijo de Porfirio) o “Susana-í”. Me encantaba perder el nombre. Fue por lo que yo decidí que mis amigos me llamen Jacaré[ix]. Un nombre es una posesión, te hace tener cierta riqueza. El guaraní permite no tener, aceptar que esa fortuna no es tuya”.

Despojado del nombre, ubicado en un sitio distinto al asignado culturalmente, se produce un desplazamiento. De la misma manera, sucede con el paisaje en su obra: es una zona que se desmarca de lo visible. Lo que distingue/ paisaje de paisaje/ es el propio corazón. Franco busca cambiar el horizonte para ver qué hay detrás del paisaje. En palabras de Alicia Genovese, a quien cita en su poemario, “ubicar desde el aire otra orilla”. “Me encanta estar sin saber, sin conocer. Para mí lo que se conoce deja de mirarse. Entonces yo utilizo el poema para ver, para mantenerme viendo, sin saber nunca donde llego”.

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Mantenerse viendo, desde un lugar indeterminado, como el yacaré, ese animal de las orillas, que eligió como símbolo y como nombre: “Tengo fascinación por el bicho. Descubrí que tiene párpados nictitantes: al zambullirse el ojo cambia, algo se retrae y algo sale. Es lo que le permite ver con la misma precisión en las dos superficies, habitar los dos lugares con la misma destreza”.

Ese habitar entre dos mundos es el ámbito del quehacer poético, que recorta un momento, una escena que se resignifica. “La poesía se alimenta de la vida, de la espontaneidad de la palabra hablada, dicha con el ritmo de una conversación. Yo nunca me enfrenté con el vértigo de la página en blanco. Para mí la hoja siempre estuvo llena. Es lo que llamamos existir, lo que llamamos vida, y el poema es una habilidad en el recorte”.

Atardece. Habitamos por un instante la sonoridad de la orilla, “que es como una distancia, pero menos arbitraria. Las fronteras son totalmente traumáticas. La orilla, si bien es un límite, no es traumática. Es donde empezás a ver por detrás de la metáfora”.

Y en ese espacio surge la poesía como indeterminación: “no sabés de qué lado estás, tenés los pies en el agua, pero no sabés si estás hacia lo hondo o hacia la costa”.

 

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[i]Paraná róga: casa del Paraná

[ii] chemandu’aha: yo recuerdo

[iii] okukúiva  ñahati/ oky mboyve: llueven aguaciles antes de que llueva

[iv] Mencho: hombre de campo

[v] Rohetu: te olfateo

[vi] Pombéro: duende

[vii] Petỹ: tabaco

[viii] Sapucay: grito característico del guaraní

[ix] Jacaré: yacaré

 

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