“El arte no es una existencia mejor, sino una alternativa; no es un intento de huir de la realidad, sino de todo lo contrario, un intento de animarla”.
Joseph Brodsky
Tarde de cualquier día en las últimas semanas. Uno de tantos millones de encuentros virtuales se inicia en Buenos Aires. La pantalla reúne a más de treinta docentes de teatro de la capital porteña. Apenas un puñado representativo de un sector de trabajadores donde se intuyen miles de profesionales en las más variadas circunstancias. Precisamente uno de los primeros objetivos de la reunión será elaborar un censo. Cuántos son y cómo sobreviven bajo este estado de excepción que ya comienza a asimilarse como nuevo desorden mundial y cotidiano.
Entre las características que definen el panorama teatral porteño, una de sus realidades constitutivas se encuentra en el hecho de que la mayoría de los creadores mantiene una doble o triple vida para mantener el equilibrio en la inestable y crítica economía argentina, a la que se suma la precarización del oficio. Es frecuente que los artistas se desempeñen como abogados, taxistas, contadores, traductores, programadores y largo etcétera de improbables para quien desconozca la naturaleza indómita del teatro argentino. Lejos de concebirse como una escisión brutal entre vida y arte, el fenómeno acentúa el valor añadido del arte en la vida, el arte como un oficio entre tantos al que tener acceso y desde el que poder desarrollar nuevas facetas de esa persona que cada vez cuesta más ser. Mientras los puristas fantasean con un artista dedicado exclusivamente a “lo suyo”, ensimismado en misteriosas tareas que lo perfeccionan y elevan por encima de los otros mortales, dotándole, oh, paradoja, de un punto de vista cada vez más obtuso, gran parte de la tradición escénica argentina se forja sobre creadores que hacen malabares para que vida y obra sean algo más que caminos paralelos.
La cancelación de las actividades culturales ha puesto de manifiesto en estas semanas una verdad incuestionable: son muchos quienes obtienen su principal fuente de ingresos a través la docencia. Lejos de suponer una actividad secundaria las clases son extensiones orgánicas para gran parte de los creadores que asumen una responsabilidad importantísima a la hora de transmitir, no solo técnicas y herramientas, sino una ética, un compromiso y una serie de valores sin los cuales el teatro nace muerto.
Aunque existen instituciones nacionales gratuitas donde los estudiantes pueden recibir una formación reglada y su título correspondiente, se genera la curiosa circunstancia de que muchos de esos mismos estudiantes e incluso docentes que trabajan en los centros oficiales, acuden y/o imparten talleres extracurriculares. La formación es intuitiva, libre, fragmentada, accidentada y, por tanto, vital. No se concibe al intérprete como un expediente evaluado que resolverá su futuro al obtener un título, sino como a una persona en constante búsqueda cuyo desarrollo no termina nunca. El oficio teatral es, en palabras del gran maestro de dramaturgos, Mauricio Kartun, un virus que se transmite.
Un virus, sí. Otro. Contra cuya extinción se lucha.
El panorama de formación escénica porteño no es menos heterogéneo que su cartelera. Directores o actores con salas que funcionan como escuelas con cientos de alumnos, intérpretes que imparten clases en salas que alquilan por horas entrenando a varios grupos por semana, e incluso están quienes reciben alumnos en su propio estudio o casa. Aunque el volumen de la actividad es enorme hoy el gremio enfrenta la falta de registro como uno de sus problemas como colectivo.
La figura administrativa y económica que engloba el desarrollo de esta y muchísimas otras actividades en Argentina es la del irregular monotributo, un equivalente a la del autónomo español tanto o más confusa. Una cuota mensual variable que sirve de trampantojo burocrático pero rara vez refleja la economía real de sus titulares. El pago de esa mensualidad presupone una facturación positiva, es decir, un trabajo estable, pero en la práctica eso no sucede siempre y los malabares realizados para mantenerse activo y no perder, por ejemplo, el derecho a la obra social médica asociada a ese impuesto, son inviables en estos momentos.
Si algo revela la pandemia es la preponderancia de lo inestable como norma. Mientras que el sistema, el mercado, la administración y la ley se conciben para una impostura donde prima apariencia, las personas sobreviven como pueden contra esas etiquetas, medidas y obligaciones a las que muchos nunca llegan. El teatro sabe todo sobre la supervivencia contra. No nos inquieta su futuro, pero sí nos preocupa el presente inmediato de sus creadores. Buenos Aires siempre es un referente para pensar en grupo e interrogarse sobre el hecho escénico. Desde que comenzó la cuarentena nacional a mediados de marzo comenzaron a materializarse medidas de emergencia gracias al trabajo de organizaciones como ESCENA (Espacios Escénicos Autónomos) o ARTEI (Asociación Argentina de Teatro Independiente) que entablaron un diálogo directo con las instituciones para obtener subsidios de emergencia para los espacios. También hubo un censo de obras suspendidas realizado por APDEA (Profesionales de la Dirección Escénica Argentina). Son solo algunas de las primeras iniciativas que la comunidad teatral necesitará para visibilizarse como uno de los sectores más afectados por la pandemia. Aunque el gobierno anunció subsidios especiales y programas para paliar el cese absoluto de las actividades culturales, no hay nada anunciado aún para los docentes independientes.
El cuerpo docente teatral atraviesa una seria emergencia. No solo debe reinventarse a marchas forzadas y desplegar una serie de medidas paliativas, como señalaba hace unas semanas el dramaturgo y director Matías Feldman, para salvar la inevitable distancia con los estudiantes, sino que debe hacerlo con la certeza de que su actividad será una de las últimas en ser reincorporada al nuevo orden de cosas. Feldman mismo anunciaba sus avances sobre la redacción de un protocolo que, atendiendo a todos los cuidados precisos, permita el desarrollo de clases, ensayos y funciones que no pueden ni deben claudicar su condición de cuerpos presentes, reunidos, encontrados, disponibles. La iniciativa avanzó y el borrador del protocolo ya fue presentado a los docentes independientes reunidos ahora en un nuevo colectivo: PIT (Profesores Independendientes de Teatro). El protocolo nace como una respuesta anticipada a las dudas que traerá el regreso progresivo de las actividades colectivas. Confían en establecer un diálogo con las autoridades sanitarias y culturales para que el modelo se afiance y la dinámica de clases pueda reactivarse ajustada a nuevos requisitos que atañen a los metros cuadrados del aula, la duración de los encuentros o el número de alumnos, entre otros factores.
El arte, como siempre y con un impulso desmedido y renovado en este marco insólito para el que nadie estaba preparado, se nos presenta como lo que siempre fue: uno de los salvoconductos que encontrará la especie para mantener lo poco que nos define como humanidad. Las artes escénicas desempeñan un papel fundamental en la formación integral de las personas. Ofrecen un ámbito de desarrollo donde palabra, cuerpo, pensamiento, emoción y técnica conviven. Una instancia donde la individualidad cede para que lo colectivo sea no solo posible, sino mejor. La formación teatral abarca mucho más que una dotación instrumental para los potenciales intérpretes, apuesta por acompañarlos en el arduo camino de la existencia fortaleciendo su capacidad de supervivencia en un mundo hostil gracias al entrenamiento de la imaginación, la creatividad, la confianza, la entrega, la empatía y el compromiso hacia una práctica de lo inefable sobre la creencia de que otros mundos mejores son posibles y nuestros. No se me ocurre qué puede haber más necesario en el futuro, sea cual sea, que personas cultivadas al amparo de esos principios.
Los profesores de teatro independientes de la ciudad de Buenos Aires presentaron el pasado 1 de mayo, Día del Trabajador, un manifiesto donde recuerdan el valor de su trabajo y su crítica situación actual. El texto, redactado por el PIT, apareció como una continuidad de las acciones iniciadas hace unas semanas, entre las que destaca la elaboración de un censo que permita evaluar la situación en la capital. Los datos estimados hasta el momento registran a seiscientos docentes y más de veinte mil alumnos afectados por el cese de las clases.
Este tipo de iniciativas colectivas será replicado probablemente en otras ciudades ya que las disciplinas artísticas deberán visibilizarse para adquirir el lugar de reconocimiento que el sistema les ha negado hasta ahora. Los artistas comenzaremos a fortalecernos si pese a este desamparo absoluto defendemos la importancia de los valores por los que trabajamos y la necesidad de que el Estado nos reconozca como imprescindibles y no como meros (re)productores de contenidos accesorios.