Por Isabel-Cristina Arenas
“Ya no se puede considerar la obra contemporánea como un espacio a recorrer. La obra se presenta ahora más bien como una “duración” que debe ser vivida, como una apertura a la “discusión ilimitada.”
Nicolas Bourriaud
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En el otoño de 2005 estuve sin intención dentro de una de las obras del artista contemporáneo Rirkrit Tiravanija (1961). Según el teórico francés Nicolas Bourriaud las creaciones de este argentino de origen tailandés privilegian el trayecto y el encuentro por encima del lugar de destino y los individuos que lo ocasionan. El trayecto fue desde Nueva Jersey a Queens y el encuentro de dos extraños en busca de un museo de arte que no fuera ni el MoMA, el Met o el Guggenheim en Nueva York. Después de nueve años puedo decir que sí han sido más importantes estos dos conceptos que los individuos: un cubano llamado Charlie y yo. El resultado es una intención de Postproducción que podría ser este mismo texto y una experiencia en primera persona de Estética relacional, dos términos asociados directamente con Bourriaud, actual director de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes en París.
Si nos paramos frente al Juramento de los Horacios en el Museo de Louvre, la pintura tendrá casi el mismo significado que ha tenido durante años. El espectador, sin importar su origen, contexto social o sexual, podrá entender que el cumplimiento del deber está por encima de cualquier lazo familiar. Verá a los tres hombres levantando sus brazos frente al padre y a las mujeres llorando su partida. Sin embargo, si estamos delante de una obra de arte contemporáneo —instalación, performance, escultura, activismo social—, el origen del espectador y su contexto va a determinar el significado que se le dé, y por ejemplo habrá diferencias radicales de opinión respecto a La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo—el tiburón en formol— de Damien Hirst, Premio Turner 1995, y quizás no tan radicales, pero sí diversas, al ver un collage de Carmen Calvo, Premio Nacional de Artes Plásticas 2013 en España.
Charlie estaría de viaje en Europa por un año y quería dedicarse no solo a ver las obras que siempre le habían gustado, sino a enfrentarse a lo que no entendía, esas instalaciones de arte contemporáneo que muchas veces necesitaban al creador para poder comprenderlas mientras que en otras el espectador encontraba un significado quizá mucho más oculto que el del propio artista. Esto me lo iba contando mientras mirábamos el mapa de la ciudad. Antes de tomar el PATH, el tren que atraviesa el río Hudson y conecta a Nueva Jersey con Manhattan, Charlie me preguntó qué era lo que más me había llamado la atención de todo lo que había visto en esos días. Constantine Brancusi, le dije, y él decidió el rumbo. Pero antes tenemos que pasar por otro lugar, advirtió.
Los artistas de la Postproducción crean nuevos usos para las obras, los objetos, lo vivido. Este término aplicado en arte es una extensión del concepto de ready made formulado por Marcel Duchamp y que desdibuja el límite entre artista y público sin buscar la originalidad sino el diálogo entre ambas partes. Siendo así, cada individuo podría ser un artista en la cotidianidad con o sin intención, ya sean los jóvenes en Honk Kong con “La revolución de los paraguas”, las Pussy Riot con su autodenominado “artivismo” (arte + activismo) o uno mismo cuando decide colgar el letrero del negocio familiar en una pared de su casa, ya no como recuerdo sino como objeto decorativo. Un ejemplo preciso de lo que es la Postproducción son los DJs, que toman fragmentos de composiciones musicales y construyen las propias y, además, tienen la posibilidad de modificarlas de acuerdo a la reacción del público; Postproducción en tiempo real. Otro ejemplo podría ser Solaris (1993) un montaje de la artista canadiense Angela Bulloch en donde se proyecta la película de Andréi Tarkovski del mismo nombre pero silenciando la banda sonora original para poner sus propios diálogos. ¿Sería entonces la adaptación al cine hecha por Tarkovski una Postproducción de la obra literaria de Stanisław Lem —Solaris (1961)—? Toda adaptación al cine de un libro lo es y más si esta es hecha a partir de fragmentos de otras, tal como se puede ver en The Clock (2010) de Christian Marclay: un montaje de veinticuatro horas en la que se muestran fracciones de películas y en donde “la hora” proyectada o expresada verbalmente es la protagonista:
Charlie era historiador y le gustaba el arte medieval, así que fuimos hasta la Iglesia de la Trinidad en Manhattan a ver a las vírgenes en retablos y los vitrales. Él entró, me asomé pero preferí esperarlo afuera mientras le tomaba fotos a las tumbas sembradas como flores alrededor de la iglesia. Estuve pensando en que el viaje de museos que yo hacía en ese momento por Nueva York era el mismo que Charlie se disponía a hacer al día siguiente pero por Europa. Iría al Tate, al Louvre, al Pompidou, al Prado y a otros especializados que yo ni siquiera sabía que existían. Hoy pienso que si la Estética relacional es darle más importancia a “las conexiones que se establecen entre y con los sujetos a quienes se dirige la dinámica que al objeto artístico”, Charlie y yo estábamos dentro una posible instalación de Tiravanija. ¿Si este artista preparó comida Thai e invitó a los asistentes al MoMA a compartir el plato con él mientras hablaban —Untitled (Free) (1992)— y esto es una obra de arte, entonces por qué no puede serlo una discusión sobre el rumbo artístico de dos extraños en Nueva York?
Según Jean-Luc Godard cuando una película es “mala”, la culpa es del espectador que no hizo nada para que el diálogo fuera “bueno”. Quizás no existe suficiente conocimiento por parte del espectador para poder dialogar o crear un vínculo con la obra. Por ejemplo, no todos los asistentes al MoMA en marzo de 2010 pudieron sentarse frente a Marina Abramović en La artista está presente sin que la experiencia no estuviera más allá de la curiosidad o la risa; aunque algunos llegaron al llanto. Quienes se asoman al Étant donnés de Duchamp ¿qué piensan? Valdría la pena saber cuáles han sido las reacciones del público con las instalaciones de los nominados este año a los Premios Turner (James Richards, Tris Vonna-Michell, Ciara Phillips y Duncan Campbell), el más prestigioso galardón de arte contemporáneo de Reino Unido. Curiosamente no han sido nominados pintores o escultores tradicionales, al contrario, el jurado ha seleccionado a estos cuatro jóvenes destacando el impacto que las nuevas tecnologías tienen en sus creaciones, así como su compromiso político y social. Uno de ellos, James Richards, utiliza archivos de imágenes compuestas por fotografías censuradas de Robert Mapplethorpe o Man Ray para crear su obra. Como puede verse Nicolas Bourriaud sigue tan vigente como en 2002, año de la primera edición de su libro Postproducción.
Un escritor se ha alimentado de libros durante años para crear su propio estilo: lee, toma notas, ensaya, tira a la basura, rescata, edita, emula, roba y aparece una nueva obra. Sin embargo, la fijación con alguna de las que ha leído en forma específica-obsesiva puede producir o más bien, postproducir otra versión. Dos ejemplos serían: Pierre Menard, autor del Quijote de Jorge Luis Borges y El hacedor (de Borges) Remake de Agustín Fernández Mallo, ¿hasta dónde es homenaje, reescritura, o postproducción? Pero sin llegar a este extremo, nada más al tener referentes literarios, al leer con intención de verle las costuras a un libro —su estructura— o al oír las historias de otros con voluntad de escribirlas es ya una Postproducción. El lector-escritor está alerta a su entorno para adaptar lo que lo rodea a las necesidades de su trabajo. Un límite difuso entre quién es el que produce y quién el que consume. Y ahí es cuando aparece Enrique Vila-Matas escribiendo, sentado en una mesa del Dschingis Khan, el restaurante chino ubicado en las afueras de la ciudad de Kassel, Alemania, a donde fue invitado a participar en 2012 en la Feria Documenta 13. Vila-Matas viviendo el arte contemporáneo en primera persona, siendo él mismo una instalación en donde debía hablar con quien le hablara y dar una conferencia. Vila-Matas publicando un libro basado en su experiencia como consumidor-productor en Kassel. Lo anterior es un ejemplo de una traducción de disciplinas que origina una conexión entre las artes plásticas y la literatura. Estas son las obras que le interesan a Bourriaud de acuerdo a la entrevista realizada por el crítico de arte Ricardo Arco-Palma: “aquellas que se presentan como encadenamientos, como constelaciones, como archipiélagos de pensamiento, que corresponden a elementos a veces distantes en el espacio-tiempo”.
Mi experiencia de la Estética relacional de Bourriaud terminó curiosamente en el Museo Noguchi, un artista tradicional —escultor— norteamericano de origen japonés del que nunca había oído hablar y que contradice el concepto de Postproducción. Sus obras no tienen ninguna relación con las nuevas tecnologías, sus esculturas se pueden rodear, respirar, algunas conviven en forma permanente con la naturaleza y vienen de ella, con otras es imposible no ceder a la tentación de tocarlas en secreto y soñar con llevar alguna a casa. El encuentro generó un espacio de “discusión ilimitada” entre Charlie y yo sobre lo que era o no el arte y el trayecto —el viaje, Ítaca— a sentir curiosidad por aprender y debatir sobre el arte contemporáneo.
Título: Postproducción
Autor: Nicolas Bourriaud
Páginas: 128
Editorial: Adriana Hidalgo
ISBN: 987-1156-05-7
Título: Estética relacional
Autor: Nicolas Bourriaud
Páginas: 144
Editorial: Adriana Hidalgo
ISBN: 987-1156-56-1