Por Dolores Caviglia
Fuente: diariossobrediarios.com.ar
¿Qué es lo que sucede cuando un autor no se deja enrolar tras una fila? ¿Cómo se califica a un escritor que no se puede predecir?
Antonio Di Benedetto escribió una vez: “Me empujó el sol que, desembarazado ya de las nubes de tantos días sin tormentas, se había encendido hasta el blanco y allí conjugaba su sin color y su tersura fija y ardiente con la arena limpia que da visiones”. Y otra: “El ruido de los palos, que las bolas abaten, no es chocante. Pienso en los palillos de tambos, troncos secos y huecos, indios, carpintería, descarga de tablas, los 12 lápices de colores ruedan de la caja, el lápiz de la maestra contra el pupitre, batuta (…)”. Como si con su apellido bastara para entender el porqué de las elecciones; como en un acto preciso contra la academia, como si le sacara la lengua y le dijera: “Conmigo no”.
Quizá fue esta irreverencia estilística la que lo dejó por fuera.
Antonio Di Benedetto es un tapado de la literatura argentina.
La fecha en que nació lo marcó de por vida: 2 de noviembre, Día de los Muertos. Era el año 1922 en Mendoza. Creció en una familia que tenía lo justo; no le sobraba mucho. Eso siempre fue un impulso. A los 10 años estaba en su casa cuando escuchó un estruendo que lo descolocó; a los pocos minutos le dijeron que su padre había fallecido de muerte natural. No lo aceptó. Siempre sospechó. Dos años más tarde escribió su primera novela, que termina con una familia quebrada en mil pedazos. Desde entonces, estuvo fascinado por la muerte y por la literatura del italiano Luigi Pirandello, el escritor de las mil máscaras.
Quiso ser político, estudió Abogacía, pero las ganas de contar le ganaron a cualquier otra pulsión: a los 16 años publicó su primer artículo, una crítica de cine, gracias a la ayuda de un imprentero amigo, que supo ver en él su hambre. El puntapié inicial que lo convenció que escribir era lo que quería para su vida fue la crónica que escribió sobre el terremoto en San Juan de 1944 que lo llevó hasta el diario Los Andes. Así empezó una relación casi carnal con un medio que le daría todo: status, poder, opinión, tragedia, mujeres, historia.
Fuente: losandes.com.ar
Quienes lo recuerdan no pueden sacarse de la cabeza una imagen simple pero potente: su pelo ondulado con raya al costado, sus trajes oscuros, sus corbatas, su vozarrón intimidante, y esos anteojos de marco negro y grueso que hoy de tan antiguos ya son modernos. Dos lentes presentes, marcadas, que se comunican por una pequeña unión que descansa sobre la nariz, entre las cejas.
Por un lado el periodismo, por el otro la literatura.
Supo ser poético y telegráfico, fiel pero infiel, certero y dubitativo, discípulo del Siglo de Oro español o tan actual como si terminara de escribir en este mismo instante; perdido, fragmentario, reflexivo, constante, filosófico, directo, carnal, despojado, frondoso, despacioso, ético, amoral, exigente y exigido, seductor y antisocial, con angustia y dicha; pero sincero, siempre sincero.
Y en su centro la muerte. En cuerpo o en vida.
Sus obras literarias más reconocidas fueron Zama (1956) y Los suicidas (1969). En ambas habla de lo mismo pero distinto; quizá es de lo único que realmente habla.
Zama es la historia de un hombre que espera, de un exiliado sin lugar que quiere volver a casa, es la búsqueda del amor, del lugar propio, es el mientras tanto.
Los suicidas es eso; son las muchas historias de los que dijeron basta; es una búsqueda incansable de encontrar un porqué ajeno que quizá lo saque del horror propio de no entender qué pasó. La parte por el todo.
Pero también escribió El pentágono, El silenciero, Sombras, nada más, Mundo animal, Grot, Declinación y ángel, El cariño de los tontos, Two stories, El juicio de Dios, Absurdos, Caballo en el salitral, Cuentos del exilio.
Fuente: cdn.educ.ar
Antonio era antiperonista. Eso y su trabajo como periodista hicieron que fuera uno de los primeros detenidos de la última dictadura militar. Antonio era ante todo ético, un obsesivo de sus tareas y de la limpieza (dicen que siempre se lavaba las manos con alcohol cuando saludaba a alguien). Antonio fue apresado el 24 de marzo de 1976 en su despacho del diario Los Andes. Fue torturado; cuando habló de tema dijo: «Creo nunca estaré seguro que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente; pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las torturas». Lo liberaron el 4 de septiembre de 1977. Estaba destrozado. Se fue a Europa.
En el encierro no pudo escribir pero se las arregló. Le mandaba cartas a una amiga con letra que había que leer con lupa en las que le contaba lo qué había soñado. Tiempo después, esos sueños fueron cuentos absurdos.
Antonio murió el 10 de octubre de 1986 en Buenos Aires mientras trabajaba en un puesto demasiado simple que sólo le permitía sobrevivir.