Pedro Mairal (Segunda parte)
Por Dolores Caviglia
Pedro Mairal, el autor de Una noche con Sabrina Love, habla en esta segunda parte de la entrevista sobre los géneros a los que se anima y sobre su experiencia como docente.
Pedro Mairal lo hace porque puede. Aunque parezca soberbio, pese a que puede sonar algo canchero, Mairal escribe sonetos, poesía, novelas, cuentos, ensayos y columnas porque sabe cómo hacerlo. No hay respuesta más sincera que esa. Y en esa simpleza está una de las características que lo separan del resto de sus contemporáneos.
Mairal maneja todo; el tono, los tiempos, los géneros, la cadencia, la rima, el estilo, el barro, el guarro y la elegancia. Por eso consigue escribir cosas como:
“cogíamos felices cada jueves
los beatles en tu cuarto repetían
su nothing’s gonna change my world y hacían
que parecieran fáciles y leves
los días de ese año ese segundo
esa risa esa tarde que ahora gira
y sé que el estribillo era mentira
porque todo al final cambió mi mundo
el viento se llevó todo al carajo
los besos los abrazos los secretos
y quedaron apenas los sonetos
las fotos del cajón de más abajo
no pasó tanto tiempo y sin embargo
ayer cuando te vi seguí de largo”.
Pornosonetos III (Editorial Vox, 2008)
No hay muchos escritores que se animen a tantos géneros. ¿Qué te pasa a vos?
Me aburro, pero también es cierto que lo hago porque puedo. Es lo más canchero de decir. Pero por otro lado hay que animarse. Uno se entrena. Ejercitás distintos estilos, géneros; lo ideal es que la fuerza de esa historia encuentre su manera de ser dicha. El Gran Surubí funciono así. Yo le mandé a Casciari el primer capítulo pidiéndole disculpas. No sé muy bien qué hago cuando lo hago. Por ejemplo, aprendí a hablar de La uruguaya a partir de las entrevistas. En el momento no sabía que era una novela de la crisis de un tipo de 40. Es medio extraño. Es algo medio sonámbulo, vuelvo a esa idea.
¿Una obra sale de cualquier lugar?
Sí, hasta en las situaciones más cotidianas hay historia. Pero no es tanto la historia en sí sino cómo la contás, la intensidad. Yo no pienso tanto temáticamente. No me planteo hacer un libro sobre los 40 de un tipo, sino sobre la crisis de este tipo. Pero los libros provocan eso, a mí me empezaron a hacer notas sobre infidelidad. No soy experto en terapia de parejas. La moraleja o el tema o como quieras llamarlo lo ve la gente. No está desde el principio. La historia está viva, no es un ensayo de laboratorio.
Y cuando terminás, ¿contás todo?
Siempre me sorprendo mucho. Lo de Guerra no estoy del todo seguro. Sí lo dejo abierto para que sea muy posible. Él quedó medio enamorado de ella y me gusta que tenga un poco la duda. No se sabe, yo no lo sé del todo. Quería generar cosas ambiguas. No quería ser firme pero a la vez tenía que ser muy posible. Es interesante que cada uno lea lo que quiera.
¿Cuál fue el primer libro que leíste?
Mancha y Gato, la crónica de un chico que se va a caballo de Buenos Aires a Nueva York. Ese fue el primer libro largo. Me acuerdo la sensación de haber terminado. Me fascinó el relato, 12 años tenía. En casa había buena biblioteca, tengo dos viejos muy lectores y los libros estaban dando vueltas.
Yo no era de escribir, sí trataba de hacer música a los 14. Tocaba cosas folclóricas y hacía unas canciones, pero la parte musical cayó y quedó esa cintura. Fue después que empecé a leer de forma más intencional, a los 17, con Cortázar, García Márquez. Muchas cosas que daban vueltas. El túnel de Sabato, las obras completas de Borges, el tomo verde. Y me acuerdo de haber leído todo muy tímidamente. No me ahuyentaba no comprenderlo. A Borges hay que leerlo incluso sin entenderlo del todo. Después del colegio comencé a estudiar Medicina y cuando largué, en ese periodo de duda, me puse a leer con intensidad, tratando de entender el libro, como un chico tratando de desarmar un juguete. Leía muy conscientemente. Ese fue un segundo momento de lectura. Y después hubo un tercer momento, cuando agarré a mis contemporáneos para entender cómo hacían para escribir esta época. Yo tenía una cosa muy clásica, ya había empezado a escribir, era como de otra época, y me acuerdo haber leído a Cucurto, a Casas y fue un cambio de paradigma. Una liberación enorme. “Esto también está permitido”, me decía. Esto todo lleno de cosas berretas entra, como la calle, la puteada. Fue muy liberador descubrir eso. Después lo metabolicé a mi manera, como con los sonetos, en los que mezclé clásico con vulgar.
¿Podés distinguir tus intertextos? ¿Las influencias que se cuelan en tus libros?
Sí, me pasa, a veces veo bien de dónde vienen las cosas. Tonos, modos de salir de una situación. Sobre todo creo que los poetas me marcaron mucho: Neruda, Enrique Molina, Vallejo. Cortázar fue quizá el autor con el que más tuve que tener cuidado para no pegarme a un sonido, a una sintaxis. Es el único con el que tuve que estar alerta. A Borges no podés pegarte mucho, se nota enseguida, queda horrible, un pastiche, empezás a meter laberintos, queda mal.
¿Tenés muchos libros que volvés a leer?
En el camino de Kerouac es uno. Pero se me contaminó con la docencia, porque hay libros a los que vuelvo por los talleres. A Residencia en la tierra de Neruda vuelvo. A Borges todo vuelvo. A algunos cuentos de Cortázar. Me gustan las aguafuertes de Arlt y leer lo que no recordaba. Arlt salía a la calle a buscar historias, estaba siempre a la pesca. Me gusta ver como manejaba el idioma de esa manera tan alemana, tosca y con una fuerza tremenda. Es muy eficaz.
¿Recordás lo primero que escribiste?
Fueron canciones a mano en cuaderno. Eran muy melancólicas, de amores desencontrados. Tenían música pero no era rock, era una especie de Nito Mestre, Serú Girán. Como un folk acústico. Lo curioso es que ahora, después de 25 años, estoy haciendo canciones con el ukelele. Empecé a tocar el año pasado. Prefiero tocar bien el ukelele que mal la guitarra. Hoy me permito volver al juego con la música, volver a inventar. Ir probando. Tiene una cosa rara el ukelele, es como una simplificación. Hay algo en esa reducción que me permite volver a hacer canciones. Pero es amateur, no tengo talento musical. Es mi tribuna contraria. Pero me doy cuenta en la cara de la gente cuando toco. Me gustaría cantar más lindo, con una voz más armoniosa. Me gustaría hacer algo con esas canciones, tengo como doce.
¿Y cómo es la experiencia en los talleres?
Me gusta mucho pero de vez en cuando tengo que parar. Me saca la energía de escritura, no me dan ganas, vuelco la libido literaria ahí. Pensar los textos de los otros, comentarlos, analizar, tenerlos en la cabeza. A veces tengo ganas de armar un libro sobre lo que pienso en la línea D cuando vuelvo a casa del taller. Hacer un libro sobre la escritura. Ideas sobre la escritura. Este año la primera mitad hice, ahora paré. Doy un taller de narrativa y otro de poesía, pero ese es más lectura. Lo dicto con Alejandro Crotto y ahí aprendo mucho a pensar la escritura. Aprendo de temas también, de oficios, de la diversidad de la condición humana. Quizá por eso mismo también paro. Es mucho. Me vuelvo demasiado consciente de la escritura, que no es algo muy bueno para escribir.
Que gran nota!!
¡Qué bueno que te haya gustado, Guido! Saludos de todo el equipo de Continuidad De Los Libros
me encantò la entrevista.
¡Qué bueno, Claudia! Pedro Mairal es un escritor estupendo.