Por Juan Andrés Gianfelici
Una sola mirada recorre la isla, buscándote. Así comienza el poema “Camilo Cienfuegos” que Cintio Vitier escribiera en los albores de la revolución cubana. Nacido en Estados Unidos, en 1921, Vitier eligió vivir en Cuba, renunciando luego a su ciudadanía norteamericana, y se alzó como una figura exponente de la riqueza cultural y literaria de la isla. A lo ancho de su vida se desempeñó como poeta, crítico literario y ensayista, pero también como docente, investigador y diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Su amplia intervención en el mundo de la cultura y la academia no admite encasillamientos, rótulos; desdeña de un estilo inmutable y sugiere entender su labor como su compromiso, que fue histórico, y aún lo es, pues en las hojas que el árbol de su vida dejó trascender se puede sumergir uno en la Cuba más profunda, en sus ideas, sus pilares y su esencia cotidiana sólo perceptible merced al testimonio de una mano que hundió sus raíces por los secretos de una tierra roja, negra, también, blanca color papel.
Como integrante del Grupo Orígenes se codeó desde los inicios de su literatura con colegas como José Lezama Lima. La trascendencia de su nombre -dentro y fuera de Cuba-, sin embargo, no sólo debe honores a su vasta y profunda obra sino que también responde a los ricos trabajos de compilación sobre poesía cubana y, sobre todo, a la amplia y rigurosa investigación sobre la obra martiana que ha permitido conocer en profundidad a uno de los pensadores latinoamericanos sobre el que más se vuelve en la áspera actualidad.
Paréntesis: Caracas, diciembre de 2013. Sobre la principal calle comercial de la ciudad se alza una librería que no deja recordar su nombre. Allí espera Antología poética de Cintio Vitier, publicada en 1998 y dispuesta, casi regalada, a quien quiera luego honrarle largas horas. El grueso tomo recorre su poesía desde 1938 hasta 1992 y es prologado por el también crítico cubano Enrique Saínz. Cierre del paréntesis.
Hemos tocado un manto
Tal fue el consenso al que llegaron mis manos… lo importante es el espíritu, no la retórica, afirma Saínz poniendo al descubierto una gran verdad sobre la obra de Vitier. Es que echar luz sobre más de cinco décadas de poesía es un esfuerzo colosal, engañoso, que obliga a reducir, ajustar la férrea mirada sobre lo existente, rellenando el resto a riesgo de equivocar el camino. Por fortuna, o mejor, por convicción, la indagación inmanente en los inicios de su obra no responde a su juventud, sino que atraviesa su existencia: lo verdaderamente poético es amar el polvo en cuanto polvo (…) el poeta, en cuanto tal, jamás se propone ir a lo absoluto por lo creado. Allí está, al alcance de la vista y el suspiro, sólo hay que abrazarlo como quien desea. Su humanismo también permite jugar y crear -seleccionando de sus primeras décadas de poesía las repeticiones principales-, un repertorio que refleje su abanico de intereses, y así: sombra, pinos, río, vida, pobre, almendro, cuerpo, oh, agua, árbol, tela, fuego, muerte, dios, esfinge. ¿Habrá historia más corta e inabarcable a su vez? Sus resabios son traídos a la orilla desde el margen de la contemplación.
La función pedagógica de la obra de Vitier tendrá un carácter performativo, se calzará las botas de la huella, de la marca, en un esfuerzo de construcción digno de aquellos que trascienden porque les duele, porque como afirma Saínz: cuando el poeta se sienta frente a la página en blanco va a consumar un acto doloroso, agónico, vital. Su poesía es en sí misma una ética y una ontología, por ello la distancia que lo separa de las corrientes literarias de su época, la ruptura con la vanguardia, el rechazo del modernismo.
Es preciso, sin embargo, hacer un primer nudo en el hilo de su obra. La revolución cubana significaría para Vitier el enriquecimiento de su propia individualidad, pero no fue precisamente una nueva etapa la que se abrió en su lírica. Esta lectura que hace Saínz es aceptable, respetable, incluso, tal vez, cierta. Pero no se debería arrojar llave así sin más. Es preciso, sostengo, dudar y releer dando otra vuelta de tuerca a la luz de la distancia transcurrida. ¿Qué si se mira con otros ojos?, ¿qué si se mira como él al rostro de la revolución que encarna el peso de la historia? Confieso que le creo, por su comprensión como intelectual embarrado que fue, pero más por su sensible arista poética que le brota a flor de piel: El rostro vivo, mortal y eterno de mi patria está en el rostro de estos hombres humildes que han venido a libertarnos. Además de comenzar a acercarse con mayor profundidad a la obra martiana y a la vida de luchadores contemporáneos como Guevara o Ho Chi Minh, comenzó lentamente a desplazar la contemplación poética de la justicia terrenal, sesgada por el velo religioso, hundiendo sus pies en su forjado destino. Hacia 1970 sostenía en “Confesión”:
Aunque no sé historia, o muy poca, soy yo / el autor de esas páginas. / Todo me ha ocurrido a mí desde el principio. / Yo soy el protagonista, / la víctima, el culpable y el verdugo. / Soy el que mira y el que actúa. / Las edades en mí han descansado. / Los días han sido mi alimento. / Las ideas, mis alas, / mis puñales. / Por el hueco de mis manos ha pasado / el río de las armas. / Mi canto es el silencio. / Hombre, mujer, niño, anciano, / cada gesto mío tiembla en las estrellas / atravesando el tiempo irrepetible. / Yo soy. No busquen a otro, / no torturen a otro, / no amen a otro. / No tengo escapatoria.
El heroísmo es la sustancia del hombre
Emprendamos un segundo nudo. El hilo de su obra teje un abrigo a nuestros ojos, por ello la valoración de la obra de Vitier no es condescendiente, sino fruto de una obligación estética que no necesita relecturas. Intentaré el cuadro en sólo cuatro campanadas: el siglo XX, la revolución, poesía, él. ¿Se podrá considerar a este héroe del desgarramiento teniendo como telón de fondo el cambio histórico en la concepción del tiempo? Porque ante los conceptos que pelean por el pleno dominio de lo experiencial (globalización, virtualidad, postmodernidad, etc.), ¿cómo recuperar la humanidad de su relato, del susurro del secreto que no calla? Volvamos al poeta que todo lo desarma: su largo poema “Soledades” concluye confesando Haber abierto los ojos para siempre a la injusticia ¡qué arrasador, qué duro! ¡Qué volverse el alma pálida, llameando fiera de cara al corazón! Su corporeidad se hace materia. Su profundidad permite pensar en lo que le atraviesa, en una huella casi imperceptible del giro político de su obra, a mediados de los sesenta. Sin embargo, considerar un giro político en la obra de Vitier, asociándolo al proceso revolucionario cubano, sería preconcebir una adscripción causal de lo cultural a lo político e incurrir en un simplismo escasamente crítico. Pero la invitación está hecha, la lente ajustada y las cartas echadas sobre la mesa; sino, cómo leer “Compromiso”, de 1967, que reza su devoción:
¿Comprometido? ¡A fondo, nupcialmente! / ¡Deseo: lo real que se ilumina! / Si no rompe el futuro no hay presente. / Si no quiero el minero, ¿a qué la mina? / ¿Militante? ¡Sin duda, de la frente al corazón la aurora me domina! / ¡Amargo, como el mar, abiertamente me entrego a la pelea cristalina! / La dedico a la luz, la doy al viento. / Nada me pertenece, ni un instante / que no sea de todos pensamiento. / La justicia es mi ser desesperante, / el que no alcanzo nunca. ¡A muerte siento que vivo enamorado, hacia adelante!
La presencia de rasgos surreales, empapados de reminiscencia de noche, de evasiones y confesiones de amor, con lecturas de Darío, Camilo Torres y Martí, de Kafka, Rimbaud y Cortázar, son motivo suficiente para considerar que la poética de Vitier no fue exclusivamente militante, pero que, no obstante -como dice el proverbio árabe-, fue hija de su tiempo. Volver sobre el carácter crítico y la función pedagógica de su obra es alzar la bandera del innegable compromiso social que debería adoptar todo artista. Vitier, en este caso, no se reservaría en sostener que Todo signo sagrado es equívoco. La espada llegó con la cruz y la cruz muchas veces fue espada. Es humano y religioso, pero también es cubano.
Todos nos vamos a la Revolución
De otra manera no podría ser. Vitier escribe “Viaje a Nicaragua” en 1979, como si fuera un pintor que crea un cuadro histórico, que congela una imagen mítica para aprendizaje de la posteridad. Como un ciego imaginar esa obra; allí, el poeta rompe con la solidez, da lugar a la queja por el amargo amontonamiento de cuerpos perdedores de la lucha de clases, exacerba también su celo cuando observa la naturaleza y concluye que ahora vemos que el modernismo nació de los paisajes vírgenes de América. ¿Escribirá la poesía de la teología de la liberación? No está lejos, su estilo es un velo que cubre el relato. Son sólo doce páginas que revelan su compromiso creador de verdad histórica, de memoria cívica, de fortaleza combativa ante la injusticia, de certeza: cuántas soledades nos repartirá la Revolución. Las aguas ya divididas y él sabe por dónde remar. Son sólo doce páginas dentro de las cuatrocientas de Antología poética que cierran con la frase que da nombre a este último apartado; lo resume todo.
Acá está la importancia de por qué rescatar, sacar a flote, hacer temblar la obra poética de Vitier desde este polo de la historia, desde esta actualidad de las letras. Cintio Vitier viste el fino traje de las intenciones, se desenvuelve con ellas en devoción y hace gala de su seguridad, de su carácter humano y luchador. Sólo vale la desnudez libre frente a la hoja, la entrega total.
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