Sobre Jorge Hueso Ricciardulli
Por Alejandra Giacoia
*Todas las fotografías son de Loruhama T.R., anteriormente publicadas en www.hacerenlujan.com.ar
Es hiperlaxo. Se desarticula. Por eso, para todos, es Hueso. Desde que sus compañeros de la escuela secundaria, a quienes divertía con las caricaturas de los profesores, descubrieron esa particular cualidad de su cuerpo. Y así firmó sus pinturas durante muchos años, con trazos cortados que apenas dejaban entrever las grafías, hasta que comenzó a agregar debajo y con letras más claras, Ricciardulli.
Como es de suponer, dice más con las manos que con las palabras. Parco y ameno al mismo tiempo, escucharlo es empaparse de su exquisita sensibilidad y de teorías que se entrecruzan y convergen hasta quedar plasmadas en una idea, que siempre es una imagen. “Así como es tan expresivo en lo de él, coloquialmente no lo es tanto, es más callado. Típico, tan observador. Hueso se muestra en sus pinturas.” Carlos Peñalba, historiador y amigo, así lo describe. “Tiene profundidad en el ver”, condición a la que llega “luego de muchos años abocado a la pintura”, afirma Leticia Miglioranza, artista plástica local, que toma clases en su taller desde hace quince años.
Permanece el interrogante: ¿cómo ve? Todo en él es una reflexión pausada, una búsqueda genuina y medular de cada significado. Después de una tregua, compone una explicación técnica sobre la construcción de una imagen fija de la realidad, para concluir que cualquier artista que trabaja desarrolla la percepción. Así de simple. Pero no parece creíble. Si su búsqueda es “resolver la imagen de otra manera”, no quedan dudas, las representaciones a las que se acerca son otras y van, inclusive, más allá de ellas mismas. Razón y magia: ”Vi por qué las había visto”.
Jorge Ricciardulli tiene cincuenta y seis años y es el artista plástico más importante de Luján (Argentina). Comenzó a dibujar cuando era niño y nunca más dejó de hacerlo. A los diez años, “pintaba unos muñequitos, para vender, de Walt Disney y la familia Telerín en hojas de carpeta, los recortaba, los pegaba en telgopor, los barnizaba y la gente los colgaba”. A los trece años abandonó los talleres de dibujo que había comenzado a los seis. “Ya quería pintar. Me gustaba armar, jugar y pintar”.
Pasó por las aulas de arquitectura, diseño gráfico y biología pero fueron solo ensayos de pocos meses, “porque lo que buscaba era otra cosa”. Cuando volvió del servicio militar, se dedicó al dibujo y trabajó durante mucho tiempo como ilustrador en la empresa La Serenísima, “haciendo dibujos técnicos y humorísticos para mejorar la producción láctea. Afiches, revistas, circulares, boletines, volantes.”
Fue un joven de los 70. Por esos años, comenzó a relacionarse con gente que estudiaba en la Escuela de Arte de Luján y decidió probar las formalidades de ese estudio. Entonces, empezó a pintar. “Paralelamente a la escuela, con un grupo de amigos pintábamos y después nos juntábamos para vivir”. En una casa amplia impulsaron una comunidad activa, “muy hippie, todos con los pelos largos. Cada uno hacía lo que podía para pagar el alquiler, tenía su espacio y pintábamos. Disfrutando la bohemia del taller, compartíamos las miradas, nos íbamos alimentando mutuamente. Esto duró más o menos cinco años. Hice un par de talleres con algún profesor o artista y nada más. Siempre estuve pintando”.
Hueso vive en estado de arte y ama ese estado. Se casó con María Alejandra, profesora de arte, y llegaron los hijos que hoy siguen sus pasos, excepto Clarita que va a la escuela secundaria y toca el violín. Lucio es muralista de arte callejero, Lino, fotógrafo, y Oliverio y Rosaura, estudiantes de bellas artes. Todos condensan lo que respiran. El aliento vital es el impulso de crear.
Él se define como un investigador de un oficio que, con los años, se volvió profesión-pasión, “una elección de vida” enfocada en las lecturas técnicas y filosóficas, la contemplación y el análisis de formas e imágenes, que estimulan su talento y vigorizan sus especulaciones sobre el lenguaje plástico. “Siempre investigo lo que hago, siempre me pasa pensar en forma autodidacta alguna enseñanza. No pinto lo que se me ocurre y cómo se me ocurre, pienso qué es lo que estoy haciendo y cómo lo voy a hacer. Me interesa que ese proceso tenga un método y que, como consecuencia, quede la imagen, cualquiera, tenga temática o no.” Los procesos son numerosos y fueron variando. Ahora lee un libro de pintura tradicional china y reconoce, en ella, su práctica de los últimos años.
Su necesidad de expresión lo lleva por distintos caminos y, en ellos, deja un rastro. El proyecto muralista, “La Virgen”, subvencionado por el municipio de Luján; el diseño de Barajas para el Fondo Universal de Cultural de la UNESCO; las ilustraciones para la revista Orsai del cuento ‘Cruz/Diablo’ de Leonardo Oyola; la intervención pictórica sobre el plafón central de la sala del Teatro Municipal “Trinidad Guevara”; una pintura mural en el Sindicato de Luz y Fuerza. Y, obviamente, muestras individuales y colectivas en la Argentina y en el exterior. La última, Invasión de línea, que presenta diez obras de grandes dimensiones, resultado de dos años de trabajo, fue expuesta en 2014 en el MACLA de La Plata, en la Galería Buenos Aires Fine Art y en la Biblioteca Ameghino de Luján. Recibió premios y menciones y fue seleccionado en el Salón Nacional de Dibujo.
Transfiere operativamente a las esferas en las que se mueve sus conocimientos sobre teoría y práctica de la creatividad. “Me acostumbré a trabajar con lo que tengo y siempre me sentí cómodo de esa manera. Nunca me frustró no tener un pincel como la gente o la cantidad de pintura que necesitaba. La ausencia siempre provoca que otro sentido se exacerbe más. Me tirás arriba de la mesa cualquier cantidad de porquerías y me decís trabajá con esto, arreglatelá, y termino haciendo algo que si me ponen un potecito de pintura no se me ocurre. Trabajé, incluso, con limitación de paleta de colores o soportes.”
Pintar donde sea y como sea. Con un espejo invertido, con una pluma, con una cucharita, con la rueditas de cortar ravioles, con una caña que tiene un pincel atado en su extremo, con un soplete. Con el entusiasmo del niño que elige un juego nuevo.
Desde el año 2012, es el Director del Museo Municipal de Bellas Artes “Fernán Félix de Amador”. Ya lo había sido entre 1996 y 2001 y se criticó haber relegado, por la gestión, su quehacer artístico. Con más experiencia profesional, aceptó regresar pero “pensando creativamente en el museo y en la docencia como lo hago en mi taller”, por supuesto, quejándose por “tener que conseguir fondos para resolver cuestiones administrativas” y por la “falta de políticas para los actores culturales.” Pero apuntando fuertemente a la movilidad del espacio con muestras temporarias, charlas, música en vivo, convocatorias a los artistas con actividades que van desde encuentros de arte urbano, a los clásicos ejercicios plásticos por el Día de la Mujer, trabajos colectivos de pintura esperados año a año: cadáveres exquisitos, rayuelas, muros de naipes, cartas para armar castillos en el aire. Sin embargo, el museo no sólo es para los artistas. Dos veces al mes pintan todos durante la jornada de cine arte. Se comparte una película, las empanadas y el vino. Después, en una superficie de papel se proyecta una imagen seleccionada y, con materiales y procedimientos no convencionales, dirigidos por Hueso, se genera una obra colectiva que combina las miradas y las ensancha.
Los miércoles llegan los alumnos, en su gran mayoría, pintores. Les transmite su búsqueda incitándolos a identificar las trayectorias propias, bajo el pulso de una música auspiciosa. El taller es espacio de arte. “Con el tiempo, maticé con docencia, pero la mayor parte del tiempo la ocupé en esto y en las obras”, dijo a un periódico local. Los cuadros son muchos, en las paredes, en los pasillos, en los rincones. Formatos grandes, medianos, más pequeños. Rectangulares, cuadrados, redondos. Colores y más colores; negros, grises, blancos. Visitar las pinturas es reencontrarse con las muestras porque, para los que acompañan su trayectoria, un Ricciardulli es fatalmente reconocible. Y no porque se reitere, todo lo contrario. Es un figurativo que desglosa, sintetiza, superpone y vuelve a la figuración, pero siempre de otra manera: con las marcas de su evolución como hombre y como artista. Florencia Bailo compartió, en una época, taller con él. Pintaban en distintos espacios y cada uno seguía el proceso del otro. La artista, conocedora de su estilo, advierte: “Quien vio la obra de Hueso se da cuenta. Nunca dejás de reconocerlo y mirá que ha tenido diferentes etapas.” Y en cada una asoma, de una u otra manera, como temática recurrente, Luján. “Un tema rector que va y viene y que está siempre presente. No así la técnica. No creo que él se proponga pintar Luján. Aparece la imagen y la necesidad, la excusa para trabajar la materia”, agrega Bailo.
Cuando era chiquito le contaron que si se ponía bizco, hacía llorar a la Virgen. También la historia de los abrojos que se pegaban a su manto cuando salía a curar enfermos. Profundizando la mitología popular, asoció esas lágrimas con las inundaciones a la hora de crear “Cuando la Virgen lloró” y realizó un ejercicio similar con los abrojos. Alguna vez reveló en una entrevista televisiva: “Simbólicamente, quién no le dejó un abrojo pegado a la Virgen, en cuanto a pedido, pecado, promesa o agradecimiento.” Quizás sea esa la razón por la que se encuentran diseminados en sus cuadros a lo largo de distintas series y continúen reapareciendo.
No sabe exactamente cuál es el origen de su interés por los aspectos legendarios de la Villa de Luján, de los milagros de la Virgen y de la devoción popular. “Supongo que el estar en contacto con ese paisaje. Es como aquel que pinta mares, lo más probable es que viva en la costa. A lo mejor el clima que uno respira de la zona turística, histórica, religiosa, devocional. Ese clima es el que a mí me atrae más allá de lo representativo.” El folclore lujanense – la Basílica, las peregrinaciones multitudinarias, en especial, la de la colectividad boliviana, los exvotos, las ofrendas, los santeros- inaugura la búsqueda de nuevos tratamientos estéticos y de materiales ajenos al ámbito, que comenzarán a ser utilizados como recursos plásticos en los distintos períodos.
Se cansa de hablar. Pone fin a un diálogo introspectivo que tuvo mucho de monólogo y, en la despedida, de evocación de un rito atávico. “Hace un ratito venía pensando si esas ganas de plasmar una imagen no será una constante de la especie, como tantas otras. Mirá que es antiguo eso en el hombre. Desde que empezó a mover un poco las manos, de una u otra manera, desde una piedra hasta levantar un edificio en la arena, en papeles y en telas empezó a plasmar imágenes. ¡Qué manía de la especie!”.
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