Lebensraum, publicada por Omnívora en 2021, es la segunda novela de Fernando Bogado. Escrita como entradas de un diario, la novela encarna la figura de un investigador que une y superpone su objeto de estudio con su propia vida.
En la mirada colonial europea, América Latina ha significado el Nuevo Mundo. El contraste con el Viejo Mundo es evidente: lo viejo y lo nuevo. Europa como hogar de las tradiciones, museos, costumbres anquilosadas. Es decir, Latinoamérica ha sido para ellos una idea plena de vida, de exotismo, oportunidades, recursos. Los relatos sobre Latinoamérica retrataron nuestro suelo dotándolo de diversos atributos, creando un espacio exultante de deseo y las crónicas de viajes abastecieron ese imaginario.
Más tarde, el modernismo latinoamericano surge al darle un correlato literario a los grandes cambios sociales y económicos (fin del pacto colonial, inmigración europea, entre otras cosas). Al liberar al lenguaje de las reglas y normas españolas, se concede a América Latina un espacio literario propio. Luego, el siglo XX, signado por la figura de los intelectuales y una abundante producción literaria, nos otorga no solo el pensamiento latinoamericano si no también el boom y el post boom. En algún rincón de esa larga tradición se destaca Lebensraum (2021, Omnívora).
El lenguaje no soporta la omnisciencia. Leemos para mirar con otros ojos o para escuchar otra voz. En la novela de Bogado, el narrador es un investigador de literatura, un experto que sigue la pista de Bruno Diermissen, un soldado alemán de la SS que tenía por misión fotografiar a las víctimas soviéticas en la Operación Barbarroja. Esta investigación se da a partir de fotografías en soporte material, que fueron guardadas en cápsulas del tiempo, es decir enterradas para ser encontradas tiempo después. Por eso, el personaje se encuentra, mucho más tarde, en un extraño hostal de Puerto Ayora entre la fauna exótica de las Islas Galápago, en el intento de comprender la época de Bruno.
La voz que se expresa en la figura del investigador está atravesada por la crisis, es una existencia desgarrada. Si en el siglo XX los intelectuales alcanzaron su máxima expresión en el cruce entre la producción intelectual y la vida política, aquí el erudito es una potencia debilitada, atravesado por una enfermedad de la cual es consciente y que condiciona sus decisiones. De esa manera posamos la mirada sobre nuestro suelo latinoamericano: a través de los ojos de un narrador que está muriendo.
La obsesión que recorre la novela, tener como objeto de estudio a Diermissen, se convierte en la obsesión por convertir la propia muerte en un objeto con el fin de poder dominar lo inevitable. “El tiempo, creo, pasa de dos maneras superpuestas. O no pasa. La primera me genera una sensación de linealidad: siento el pasado detrás de mí, creo que hay un futuro y el presente es una nada que se deja vencer por la presión de estos dos extremos. La segunda manera es circular: todos los días parecen iguales”. El narrador se despoja lentamente de su humanidad para vivir en el presente eterno de los animales, como las tortugas gigantes de los Galápagos. El gesto de anotar sus reflexiones en un cuaderno emula la crónica de viaje. Pero también ahí es donde reside su última esperanza, la trascendencia, el último gesto posible para conservar lo humano. Aunque mínima, está presente la idea de ser leído y comprendido en el futuro. Las anotaciones suponen un tipo de relación con el futuro, semejante al propósito de las cápsulas del tiempo.
Al mismo tiempo, es un viaje hacia la nuda vida, como dijera Agamben, el despojo de toda condición humana al punto que esta podría ser arrebatada sin que nadie la reclame. Allí es donde se profundiza su relación con Rafael, un ex marino que lo hospeda y que oficia de guía y ayudante en las excursiones. El turismo colonial se expresa en dos capas diferentes. La primera y más superficial es la de la familia americana con la que comparte parte del viaje. «Los yanquis” (como los llama el narrador) viajan para tomar fotografías del espacio, capturar el paisaje para convertirlo en datos y exponerlos en una red social. Por el contrario, en la capa más profunda opera Rafael, que guía al investigador en la madrugada hacia un lugar casi virgen donde están las tortugas gigantes, protegidas de la amenaza que supone la mano del hombre. Este es el espacio donde todo sucede, donde se vulnera lo inmaculado. El viaje, semejante al descenso dantesco, ocurre más allá de la noche, en la madrugada, en el momento crucial donde el hombre queda solo, absolutamente solo, con su propia vida entre sus manos.
El biógrafo va detrás de una vida, la reescribe y la convierte en un objeto. Esto sucede por ejemplo en la novela de Fernando Vallejo, Barba Jacob: el mensajero. Reconstruir una vida, recorrer un espacio es también reconfigurar el espacio latinoamericano a partir de la escritura. En Lebensraum, en cambio, el narrador va detrás de Diermissen y en simultáneo detrás de su propio destino para vivir una experiencia que suscribe a su propia muerte. Con suficiente ambigüedad, se conforma un relato que sacude al lector para construir un nuevo espacio literario. Y contradictoriamente, convierte al espacio vital latinoamericano en un lugar para morir.