La vida como pintora de María José “Majo” Arrigoni comenzó en 2009, cuando regresó a su Córdoba natal, después de vivir casi dos meses en la casa de Antonio Seguí, en París. Por ese lugar, al que llamaban la embajada de los artistas argentinos en Francia, también pasaron Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Pablo Neruda y Carlos Alonso, entre otros.
Hubo un punto de inflexión después de ese viaje, según su amiga, Lola Barilari. “Antonio Seguí selló su decisión de dedicarle la vida al arte”. A inicios de este año, cuando el padre de los hombres con sombrero falleció a los 88 años, medios cordobeses entrevistaron a Majo. Ella habló de su generosidad y rigurosidad para dar consejos. En una nota publicada en el diario Perfil, recordó cuando le dijo: “Si quiere ser artista se va a tener que poner a trabajar en serio, pero el color ya lo tiene y eso es muy importante. Porque con eso se nace”.
Pasadas las cinco de la tarde, desde la terraza de un edificio de dos pisos, Majo me hace señas de que he llegado. Abre la puerta roja y subimos la escalera en silencio. Al entrar, me atrae un cartel pintado por ella en el cual se lee: “La tormenta estaba adentro”.
— Acá había una fábrica y mi taller era el vestuario donde se bañaban los operarios — cómplices, nos reímos e imagino el espacio lleno de hombres desnudos.
Calienta agua para el mate en la cafetera eléctrica; la pava, al parecer, ha dejado de funcionar. El taller es amplio y luminoso, como más tarde descubriré que es ella.
Majo Arrigoni nació en Córdoba en 1982. Empezó fotografiando a artistas en su entorno. Durante veinte domingos se publicaron retratos suyos en la contratapa del suplemento cultural del diario La Voz del Interior. De apariencia relajada, Majo es muy meticulosa para trabajar.
— La mayor influencia que recibí de Antonio (Seguí) no tiene que ver solo con su obra, aunque me encanta su estética. Me enamoré de su universo, de su vínculo con el arte, del oficio y de la forma en que habitaba su taller. Además, de su inquietud permanente por consumir arte; su vínculo con artistas de distintas generaciones; su interés por nuevas ideas en torno a la creación y su manera de hacer y de vivir en relación al arte.
Durante la pandemia, un par de meses después de que nació su hija Paula, pintó una serie de retratos de mujeres artistas leyendo libros, escritos también por mujeres como Alejandra Pizarnik, Mariana Enriquez, Aurora Venturini, Silvina Ocampo, por nombrar algunas. Tituló a la serie Desveladas. Una de esas pinturas, fue seleccionada por la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat.
— La serie fue una buena manera de hablar, por un lado, del tiempo pandémico, que puede ser visto como una oportunidad para la introspección, y por otro, de la mujer, pensándose a sí misma, en sus derechos, libertades y debates. Buscaba visibilizar a las mujeres, tan invisibles en la historia del arte.
Una noche, durante la pandemia, mientras Majo pintaba en su taller, se desató una tormenta.
— Todo se veía tan pacífico y hermoso. Me di cuenta de que, en ese momento de encierro, la tormenta estaba ocurriendo adentro. La historia que cada uno estaba atravesando transcurría en el interior de su propia casa. Y la calma, se tenía que trabajar desde ese lugar.
Así se decidió a pintar mujeres con la mirada suspendida, “como si hubieran detenido la lectura
y se quedaran pensando en algo que leyeron”. Este proyecto la salvó del encierro. Durante un año, pintó después de cenar, hasta las dos o tres de la mañana. Durmió poco. Fue feliz haciéndolo.
Emily Dickinson escribió que para viajar lejos no hay mejor nave que un libro. Los momentos de lectura que capturó Majo, son acaso una metáfora de los tiempos pandémicos. Los libros, vulnerables como nosotros mismos, fueron cercanía y extrañeza. En tiempos sombríos, “amansan la ansiedad y nos regalan lejanías”, en palabras de Irene Vallejo.
Un libro necesita de ojos y manos que, con tenues movimientos, transmitan una historia narrada por otros. Majo logra retratar esos ojos, esas manos, como pájaros desorientados.
— Para mí, pintar es naufragar en el pensamiento.
— Tus retratados nunca sonríen…
— Cuando no hay sonrisa, la mirada se vuelve más profunda. Es incómodo para el retratado posar sin sonreír, en silencio. La mirada habla mucho de la identidad y de la soledad, dos temas que me apasionan. La sonrisa se vuelve circunstancial. De a poco, intento ir dejando al retratado solo, y de desaparecer yo también. Es una utopía, pero a eso aspiro.
A ‘Desveladas’ la visitó principalmente un público femenino. Esto no le gustó a Majo. Un gran coleccionista cordobés le reveló haberse sentido discriminado al visitar la muestra de retratos de mujeres.
Según Lola Barilari, Majo es muy sensible al contexto. “Destaco su humor, es muy divertida. Tiene una mirada artística y estética del mundo con un afán de documentar lo contemporáneo. La maternidad la movilizó mucho. Exacerbó su lado femenino. Me conmueve verla muy dedicada a sus hijos. Su único momento sola es cuando ellos duermen. Por eso, Desveladas”, cuenta Lola en un audio que envía mientras su hijo Genaro, sueña a su lado. “A sus mujeres las veo muy atractivas, no por lo sensual, sino porque se las ve enteras”.
— 2015, Retratos de Artista; 2016, Falsa tragedia; 2018, El amor era otra cosa; 2019, Serie Rosa. 2022; Desveladas. ¿qué se viene?
— Estoy en un momento de exploración. La fotografía me dejó esa intención documental y la inclinación hacia el realismo. Quiero empezar a pensar más en la plasticidad de la pintura y alejarme de las influencias de la fotografía. Aunque quizás no le encuentre el encanto y vuelva. No lo sé.
— ¿Vas a seguir pintando mujeres?
— No— se ríe.
Empieza a caer la noche y sigo intentando retratar a una retratista. En las casi tres horas que duró nuestro encuentro, entró y salió del cuadro varias veces.
Hermoso, Me encantò!!